San Sebastián abre la puerta del corazón de los onubenses
El Patrón recorre las calles de Huelva dos años después

"¡Palmitos!". Era la voz de la sorpresa. De la nostalgia. Del recuerdo que se hizo palpable. La hija señalaba con el dedo este manjar, allá a lo lejos, y miraba a su madre, quien ataviada con gusto, señera, se adentraba en la Plaza de la Soledad. El espacio, diferente, sin esa carpa de antiguos vecinos, no tenía la misma impronta de este día tan castizo. Tan choquero. Tan de Huelva.
Subiendo por Mackay Macdonald ya se anclaba la gente en las aceras marcando el ritmo de los cohetes que precedía el cortejo. Había muchos ojos rasgados. Es lo único que denotaba la cara de la felicidad, de la ilusión. Las sonrisas detrás de las mascarillas. Es la nueva normalidad. La de los reencuentros con besos que se quedan atrapados en filtros y en telas. La de los saludos a medio gas. Pero la de los ánimos del principio del fin.
Así parecía que lo anunciaba San Sebastián. Dos años después bajaba hasta la rotonda de Los Litri con paso firme. Proclamando un "hemos vuelto". Abriendo de par en par las puertas del corazón de los onubenses. La fe popular volvía a tomar las calles de Huelva que se reflejó en cada uno de los adoquines del tradicional e intenso recorrido del Patrón.
Volvieron a abrirse los balcones que daban los buenos días a una imagen que escribe la historia de la ciudad a través de las generaciones. El más pequeño, dos años sin conocer ni sentir una procesión, aprendió por fin que San Sebastián brilla cuando las luces del escudo de Huelva lo coronan; que el pasodoble Miguelito Litri trae aromas de albero en un mes de enero; que la Plaza de San Pedro es el punto de encuentro de los onubenses; que en Madreana la revirá es eterna; y que tiene un año por delante para memorizar Mi Huelva tiene una Ría. El Patrón también es el culpable de juntar al hijo y a su padre mayor, que recuerdan juntos, y en silencio, todo lo que esta imagen ha dado en sus vidas. Uno, en silla de ruedas ya; y el otro, detrás, de brazos cruzados, parando el tiempo. San Sebastián es pasado, presente y futuro, porque estuvo, está y estará en esas manos entrelazadas que se aprietan cuando el paso de plata arría a escasos metros. San Sebastián es la unión de esas manos que marcan las arrugas del tiempo. Los años vividos. Es la historia de amor que se fragua, vive y se hace eterna en Huelva.
La luz del sol acompasó el tiempo durante el recorrido. Y aguantó una jornada que es más que un domingo en Huelva. Es mucho más. Y ahora más todavía. Porque es el inicio de lo que está por venir. Es la época, que si fuera arte se llamaría renacimiento. Cuando los sentimientos vuelven a parecerse a la primavera. Y ese aluvión de color y de emoción ocurrió este domingo de Patrón desde el inicio. La parroquia de San Sebastián acogió a toda la Huelva institucional, cofrade y fervorosa, para la celebración de la función principal, que ofició el obispo de Huelva, Santiago Gómez.
Una vez terminada y mientras se formaba el nutrido cortejo, aparecieron los primeros costaleros. Los primeros costaleros con mascarilla. La vuelta al trabajo. Volver a coger la forma del costal. Volver a tocar una arpillera que ya se aburría en lo alto del armario. La Banda del Nazareno ponía los sones para cerrar un cuadro que hacía dos años que no se pintaba. También fue el estreno de muchas cámaras fotográficas que llegaron por Reyes a aficionados y que en el ámbito cofrade toman un encuadre especial. Fue el día de una Huelva que se resumió en unas pocas horas. Una jornada que se mantiene viva por el amor de las tradiciones. Por el amor a la familia.
San Sebastián volvió. Y todos pidieron por que intercediera ante la pandemia. Una más para una imagen que es protagonista en historias de este calibre. San Sebastián volvió. Y lo hizo anunciando que el escenario está cambiando. Ya las corbatas son de colores más alegres. Más del sur. San Sebastián volvió. Y se llevó las gracias de los onubenses porque abrió sus corazones.
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