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Mira quien baila… en campaña electoral

  • El poder de interactuar con personas hoy no se cuestiona en comunicación política. Vemos a candidatos visitando mercados, besando niños y jugando al dominó en el bar del pueblo

Mira quien baila… en campaña electoral

Mira quien baila… en campaña electoral

Es conocida la afición del secretario de PSC, Miquel Iceta, al baile, que se remonta al acto de apertura de la campaña en las elecciones catalanas de 2015. Iceta se dejó llevar por un impulso espontáneo que le salió del alma. Al ritmo del Don't Stop Me Now  de Queen protagonizó un exitoso baile que fue repitiendo, acto tras acto, hasta finalizar la campaña en Barcelona con una fiesta cuyo cartel, en lugar de pedir el voto, decía "Ven a bailar con Miquel Iceta".

Tal ha sido desde entonces la identificación del político catalán con el baile, que hasta la expresión hacer un Iceta tiene definición propia: “Dícese de la repentina ejecución de movimientos acompasados con el cuerpo, brazos y pies al son de una música determinada y siempre ante la expectación de posibles votantes, ya sea en tiempos de campaña o precampaña electoral, exponiéndose a la burla, el meme o incluso el sufragio en último extremo”.

Iceta transmitió con este baile espontáneo una imagen cercana y apasionada. Su equipo tuvo la habilidad de aprovechar la circunstancia y transformarla en estrategia electoral. Todos los medios de comunicación y las redes sociales se hicieron eco de ese primer baile casual, dándole al PSC una visibilidad y un espacio propio en una campaña en la que parecía no tener cabida.

No es Iceta, ni mucho menos, el primer político al que vemos bailar, aunque se puede afirmar que ha marcado un antes y un después en los actos políticos. De hecho, fue Barak Obama quien puso de moda esta forma de hacer política, mostrándose como referente a la hora de mezclar programa electoral con programa de televisión. También se ha visto bailar a otros políticos españoles, como Pablo Iglesias en la marcha del Orgullo Gay en Madrid o a ritmo de conga. Otra actuación que sorprendió fue la de la entonces vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría marcándose un baile en El Hormiguero junto a Pablo Motos.

La nómina de políticos que han aparecido en público moviendo las caderas es amplia y no conoce fronteras. Algunos lo llevan en la sangre y otros, como Nelson Mandela, no dejaron de hacerlo ni con 80 años. Richard Nixon (1971), la Macarena de Hillary Clinton (1996), Bill y Hillary Clinton (2009), George Bush (2007), Boris Yelsin (2001), Michelle Bachelet (2014), Nicolás Maduro (2015), Juan Manuel Santos (2014), Cristina Fernández de Kitchner (2013), Evo Morales (2013), Obama (2007, 2009, 2015…).

Indescriptible fue la expresión de muchos de los asistentes al congreso anual del Partido Conservador cuando la primera ministra británica, Theresa May, salió al escenario bailando al ritmo de Abba antes de pronunciar su discurso de clausura. Hasta su esposo Philip, sentado entre el público, miraba entre divertido y asombrado a la austera líder tory, cuya imagen moviendo brazos y caderas ya se hizo viral meses antes durante su viaje por África.

Sobre todas estas actuaciones planean dos grandes incógnitas, más allá de si dan vergüenza ajena o de si se les mira con más pena que cariño. ¿Qué sentimos los electores, cercanía o ridículo? Y sobre todo ¿bailar les sirve para algo?

El consultor Toni Aira considera que en la actualidad el mensaje político ha quedado reconcentrado en el candidato, en una cara, en una personalidad, y esa personalidad tiene que mostrase atractiva e impactar. El momento Mira quien baila de Theresa May ha generado emociones, que es una de las claves de la comunicación política, según Aira. “Cuando tienes liderazgos tan aburridos, grises y fríos como el de May, hay que darles vida. Ese momento estaba muy pautado, como lo estaban otras apariciones de Obama bailando, pero suman porque Obama tiene ritmo, no sobreactúa ni se le ve incómodo”.

Comer, tocar y bailar

El poder de interactuar con personas hoy no se cuestiona en comunicación política. Vemos a candidatos visitando mercados, besando niños y jugando al dominó en el bar del pueblo. Para el experto en temas de antropología cultural y neuromarketing, Jürgen Klaric, “es trabajo del candidato tocar a las personas, comer con la gente y bailar” porque estas acciones provocar un altísimo impacto en el cerebro de los electores. “Cuando el político toca a una persona, se activa el sistema límbico (emocional) y tiene el triple de posibilidades de fidelizar a ese votante que si no lo toca. Hoy se ganan las elecciones caminando por las calles, abrazando y tocando a la gente”.

Cuando el cerebro del votante ve al candidato bailar, “éste se vuelve cercano y humano”, según Klaric. “Las cosas más básicas y más simples son las que conquistan la mente humana”.

Bailar es hablar con el cuerpo, una manera de relacionarse y de interacción con otras personas porque nos conectamos con el entorno. A través de estas actuaciones más o menos improvisadas, los políticos consiguen cercanía y proyectan una imagen accesible y afable.

Algunos expertos, sin embargo, no comparten el supuesto beneficio del baile de los políticos. Casos como el de Sáenz de Santamaría son considerados poco creíbles y, teniendo en cuenta que la marca se construye día a día y que el PP se caracteriza por ser poco natural y habilidoso en el contacto con la gente, giros bruscos de 180 grados a dos meses de las elecciones producen rechazo e incluso mofa.

En Estados Unidos, la participación de los políticos en programas de entretenimiento es habitual. Pero esto no es América. Allí llevan años enfocando el marketing político al espectáculo y a los medios de comunicación, donde los presidentes tocan el saxofón o cuentan chistes. Poco a poco nuestras campañas se van americanizando también en este sentido, pero no estaría de más adaptar la comunicación y el marketing político a nuestra realidad para que cause el efecto deseado y no el de la burla o el sonrojo.

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