Historias de cinco segundas oportunidades de recuperar un hogar en Huelva
Jaime, Javier, Lorena, Abdeslem y Luis cuentan cómo se pasa de vivir en la calle a mirar hacia arriba y ver un techo

Huelva/Jaime disfruta de una oportunidad “que no se paga con dinero”, a Javier la búsqueda de una manta le cambió la vida, Lorena está descubriendo todo lo bueno que hay en ella, Luis es un hombre nuevo y Abdeslem dice que ahora está “jodido pero contento”. Son cinco personas que lo perdieron todo, estaban en la calle y ahora son usuarios de la Red andaluza de atención a personas sin hogar de la Consejería de Igualdad y Políticas Sociales, una iniciativa que tendrá continuidad en los próximos años a través de los fondos europeos tras el Programa Extraordinario de alojamiento e inserción social a personas sin hogar puesto en marcha a consecuencia del covid.
Esta red tiene en la ONG Accem su brazo extensor en Huelva, provincia en la que los recursos para la estrategia de atención a este colectivo vulnerable se traducen en un centro de día con veinte plazas más dos pisos para seis ocupantes cada uno de ellos.

A estas viviendas llegan personas muy maltrechas porque “la calle es una escuela muy mala, allí te pasa de todo”. Es lo que cuenta Jaime, un hombre de Las Palmas de Gran Canaria que arribó a Huelva desde Cádiz, donde la playa de La Caleta fue lo único a lo que pudo llamar hogar. Jaime ha trabajado de fontanero y también de pintor “pero me arrimaba al vínculo de la droga”. El paro y las adicciones forman parte de un bucle destructivo que se repite y de tanto girar llegó un momento en el que “me vi muerto, quince días más...”.
Y entonces “encontré a Accem, me dijeron de un sitio donde me podían ayudar” y así fue, hace mes y medio que llegó “con lo puesto” a un piso que comparte con cinco compañeros y al mirarlos dice que “esta es mi familia, nada de peleas ni historias raras”. Está en proceso de recuperación de los estragos físicos de una vida dura, su aspecto refleja más años de los 51 que ha cumplido y arrastra una anemia pero está “súper contento”, recibe un curso de energías renovables y, al igual que a sus compañeros, se le ha diseñado un itinerario personal para conseguir su inserción social y laboral para que pueda valerse por sí solo. Una oportunidad que “no se puede pagar con dinero”, concluye Jaime.

Lorena tiene 40 años, muy pocos para tanto sufrimiento. “Caí en un pozo sin fondo”, de nuevo el de la droga, cuenta esta valverdeña que lo perdió todo, “mi casa, mi pareja, mi familia, todo. Me vi sola”. Ha estado en el albergue, ha recibido ayuda del Proyecto Hombre pero no de parte de su familia porque “no creían en mi rehabilitación, no me dieron la opción de escucharme”.
Por fortuna, Lorena ha recuperado a otra parte, a sus hijos, que hoy tienen 24, 23 y 17 años más una nieta de cuatro “y me apoyan”. Desde hace dos meses reside en uno de los dos pisos de la red en Huelva, el de las mujeres, al que llegó de la mano de la ONG a través de la Policía Local. “Fui y me atendieron, la calle no la llegué a pisar”. Lorena valora “esta grandísima oportunidad” que le brinda el programa mientras hace frente a una lucha diaria que va ganando, lleva más de un año sin consumir. Aprende informática, repostería y lo que más le atrae, la peluquería, porque “me gusta poner guapas a las mujeres”.

De la mano de Accem a través de su itinerario recibe también ayuda emocional y asegura que “ahora es cuando me estoy conociendo como persona porque antes me conocía bajo las drogas”. Y ha descubierto que “la honestidad es lo principal, he dicho muchas mentiras por culpa de la droga, me gusta ayudar y escuchar igual que me gusta que me escuchen. Me estoy encantando y estoy muy orgullosa de mí misma y de mis hijos”.
Javier ha trabajado de zapatero, en la hostelería y después recogió fresa. Llegó la pandemia, con ella el paro, el alquiler se comió sus ahorros, seguía sin ingresos y acabó en la calle, a las mismas puertas del Ayuntamiento de Almonte, donde permaneció durante ocho meses. Después marchó a la capital onubense “porque hay más recursos para comer, el albergue...” hasta que un día la búsqueda de una manta le cambió la vida, alguien le dijo que se la facilitarían en Accem, “preguntando llegué a su sede y les expliqué mi situación”.

Ahora tiene una casa donde “me vi arropado sin que me conocieran, que me escuchen no tiene precio”. Como hizo Marta, una de los técnicos a los que pueden acudir en cualquier momento a través de un teléfono de urgencias disponible las 24 horas porque “hubo un momento de crisis, llamé fuera de horario y se volcó”. Javier ha conseguido un empleo de camarero y cuando sale de su bar piensa lleno de ilusión que “me voy para mi casa”. Dice que quiere conseguir su meta de “vivir bien, disfrutar de la vida”.
Abdeslem es marroquí y lleva veinte años trabajando en España en la construcción, como jardinero y granjero, que le gusta mucho “porque son seres vivos”. Ha cosechado patata en Galicia y frutos rojos en Moguer y después se quedó sin nada y sin nadie. Así, solo, acabó pernoctando en un parking de Huelva donde “me pasé los primeros días llorando, es muy difícil”, confiesa con su español limitado.

Una noche, cuando llevaba cerca de dos meses en esa situación vio llegar a dos personas que “pensaba que eran policías y empecé a sacar mis documentos de la mochila”, pero eran de Accem y de su mano ahora Abdeslem ocupa una de las plazas de esta red de personas sin hogar. Dice que le apetecería ser marinero o trabajar en algo relacionado con las energías renovables, de las que recibe un curso, también de castellano e informática. Le gustan muchas cosas y es que Abdeslem confiesa que “ahora estoy jodido pero contento”.
Luis tiene veinte años cotizados y defiende que “una paguita vale, es una ayuda, pero lo que yo quiero es trabajar”. De punta en blanco desde primera hora de la mañana, recuerda la profunda crisis que sufrió al perder a sus padres de manera muy seguida. “Perdí la cabeza”, cuenta, “la crisis llegó en 2008 y yo me enteré en 2010”. Primero accedió al centro de día y allí, durante un desayuno le hablaron del recurso habitacional. Es oficial de albañilería y su meta más inmediata es que en diciembre pueda comenzar el curso para sacarse el carnet de camionero.
Cinco historias de esperanza, de segundas oportunidades para personas que estaban solas y no tenían nada. “Quiero que esto se sepa”, dice Javier en referencia a la red andaluza para atender a este colectivo, “que se entere todo el mundo de que esto existe”.
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