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Conciencia social y participación ciudadana, dos motores de cambio aceleradas por la pandemia

  • El nivel de conciencia de la ciudadanía ante los viejos retos de la humanidad se ha elevado a niveles impensables antes del coronavirus, y a Gobiernos, ONG y empresas les toca estar a la altura

Conciencia social y participación ciudadana, dos motores de cambio aceleradas por la pandemia

Conciencia social y participación ciudadana, dos motores de cambio aceleradas por la pandemia

La pandemia de la Covid-19 ha iniciado el tiempo de descuento de la Humanidad para hacer algo con las mayores tomas de conciencia de su historia reciente. La conciencia ciudadana ha experimentado una explosión en casi todos los terrenos. Algunas de esas explosiones han sido y son fundamentales para superar la crisis como la solidaridad o el reconocimiento social y el nuevo orden de prioridades. Otras explosiones están siendo más incómodas y complicadas de manejar, como el rechazo al racismo, el hambre o la pobreza. Pero todas son motores de cambio. Es una oportunidad histórica que el mundo no puede desaprovechar.

La conciencia y la participación ciudadana han sido algunas de las necesidades más repetidas desde que nos atropelló el coronavirus. Han acaparado miles de titulares. De ellas se ha dicho que eran la mejor arma contra la pandemia, que de ellas depende la salud del país e incluso su recuperación económica. Muchas instituciones, medios de comunicación y también famosos y famosas de todos los ámbitos, han llamado a la conciencia ciudadana. Pues bien, ha llegado. Y tengo la sensación de que está más ruidosa y presente que nunca en el mundo.

Y es que, además, esa elevación de la conciencia ciudadana ante un reto mundial como el que estamos viviendo, nos lleva a otra consideración importante: somos una aldea global y vulnerable. Eso es lo que está detrás de la universalización de protestas como las provocadas en múltiples puntos del planeta por la muerte del afroamericano George Floyd, asfixiado por un policía en Minneapolis.

De creencias y conductas

Las personas estamos influidas por nuestras creencias. Filtramos nuestras conductas con las creencias, que son todas esas ideas y opiniones, ya muy profundas, que tenemos de nosotros, de los demás y del mundo que nos rodea.

Algunas son creencias pequeñitas, que influyen lo justo y son fáciles de romper, como por ejemplo que el queso se corta en triángulos, que la gente de Huelva es muy hospitalaria o que la mejor época del año es la primavera. Pues depende de cada cual, pero lo cierto es que quien las tiene no suele cortar el queso en taquitos, suele exaltar de la gente de Huelva su hospitalidad y vive más feliz cuando llega marzo.

Sin embargo, otras creencias son verdaderas anclas que mediatizan el comportamiento de las personas. Lo hacen las creencias ideológicas, las normas educacionales adquiridas en la familia o esas opiniones ya muy interiorizadas por las que podemos llegar a discutir. Y todas las creencias, grandes y pequeñas, tienen en común que ya no las ponemos en duda.

Ahora, a empujones de la Covid-19, hemos elevado nuestro nivel de conciencia, y las creencias se vuelven más influyentes, sobre todo las compartidas, que son las que funcionan de cemento social, y las que activan la participación social.

El poder de las creencias compartidas

Me gusta mucho una metáfora con la que me regalaron este conocimiento de las creencias como cemento social. Yo misma la he usado muchas veces en las sesiones de inteligencia emocional que desarrollamos. Imaginen ustedes que una creencia es un folio. Ahora imaginen que lo deben mantener en equilibrio en horizontal sobre su dedo índice. Es su creencia, así que la defienden y se afanan para encontrar el punto exacto del folio donde poner el dedo y que, de alguna forma, se mantenga en equilibrio. Pero seguramente será un equilibrio inestable, y cualquier brisa o el soplo de cualquier otra persona, puede tumbarles su creencia. Por eso yo corto el queso en triángulos en automático salvo que alguien me diga: ¡anda ya, en taquitos es mejor para el vino!

Ahora imaginen que su creencia la comparte otra persona. Es como poner otro dedo a sostener su creencia. Ya son dos dedos. Tres, cinco… Las dos manos. Imaginen muchas más manos sosteniendo el folio… Hay creencias que no hay quien las tumbe, y cuantas más personas sostengan visiblemente el “folio” que las representa, más sólidas se vuelven y más influyen en nuestras conductas.

Desde esta metáfora, piensen ahora en creencias como “el racismo es una lacra social”, o “la crueldad policial es intolerable”, o “el abuso de poder es una injusticia”. Son muchos dedos juntos que han movilizado al mundo.

Conciencia ciudadana post coronavirus

La pandemia ha elevado el nivel de conciencia ciudadana a niveles muy altos. Somos muchos más conscientes de las necesidades sociales y de la magnitud de los desequilibrios que hemos provocado en años de desarrollo insostenible. Nos hemos implicado más en las situaciones que nos rodean, hemos echado de menos cosas tan valiosas como la libertad, que pensábamos que no podíamos perder, y nos estamos enfrentando a niveles de incertidumbre que hacen tambalear los mismísimos cimientos de nuestra sociedad.

La participación social está activada. Las prioridades parecen ahora más ordenadas. Las debilidades se han vuelto mucho más visibles. Los retos mundiales resultan más claros que nunca. Sólo falta que las instituciones, y especialmente los gobiernos, estén a la altura de las nuevas circunstancias, y también las ONG y las empresas, como actores fundamentales de la sociedad.

El cambio se produce así, rompiendo las creencias que no nos valen y defendiendo esas creencias que merecen la unión de muchísimas manos responsables sosteniéndolas. Esa es la responsabilidad social.

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