Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Membrillo Bajo es hoy un paraje silencioso, cubierto de verde y atravesado por las huellas de antiguas calles que ya no llevan a ninguna parte. Entre muros derruidos y piedras que resisten al tiempo, cuesta imaginar que en este rincón de Zalamea la Real llegó a latir una pequeña comunidad agrícola que vivía en paz hasta el verano de 1937. Aquella calma terminó de forma abrupta con uno de los episodios represivos más espantosos de España.
La pedanía, que apenas reunía a poco más de un centenar de vecinos (jornaleros y familias campesinas), había pasado desapercibida durante la primera fase de las operaciones militares iniciadas en 1936. Pero un año después, nueve falangistas irrumpieron en la aldea y comenzó una una operación represiva prolongada y meticulosamente ejecutada, un acontecimiento narrado por el periodista onubense Rafael Moreno, autor del libro "La raya del miedo".
Las desapariciones se sucedieron durante meses, incluso se prohibió a los habitantes abandonar el pueblo, que quedó atrapado en un clima de miedo absoluto. Entre las víctimas hubo mujeres y menores. Nadie imaginaba entonces que la orden firmada por Queipo de Llano el 6 de agosto de 1937, destinada oficialmente a localizar fugados y guerrilleros en la comarca, desembocaría en la destrucción total de Membrillo Bajo.
A finales de ese verano, la pedanía fue finalmente reducida a ruinas y abandonada a su suerte. Los responsables desaparecieron tras el ataque y nunca se ha podido determinar el número real de personas ejecutadas extrajudicialmente o sometidas a tratos extremadamente duros, según recogen las investigaciones. Tampoco se conocen con certeza las causas profundas que llevaron a ejecutar una represión tan extrema en un lugar tan pequeño y aislado.
En la actualidad, Membrillo Bajo es un espacio de memoria histórica. Sus restos siguen recordando un capítulo silenciado durante décadas y sirven como símbolo de aquellos pueblos borrados por la violencia. Una herida que, aunque cubierta por el paisaje, permanece abierta para no olvidar lo que allí ocurrió.
Sobrecogedor es el testimonio del joven Cándido Moyano, la traumática vivencia que marcó su vida para siempre y que fue transmitida en este mismo medio. Con solo 7 años, este pequeño habitante de Membrillo Bajo tuvo que ver con sus tiernos ojos lo que nunca nadie debiera ver.
"Los nueve milicianos falangistas que ocuparon Membrillo Bajo bajo el pretexto de buscar cobijo, desarrollaron una operación sistemática de sometimiento y persecución sistemática que se ejecutó en varias fases. (...) Estaban tan seguros de que nadie les pediría cuentas por lo que iba a pasar esos días que no pusieron el más mínimo celo en la discreción" . Los restos de las víctimas se localizaron posteriormente en parajes cercanos, según los testimonios recogidos.
"Uno de los primeros en desaparecer fue el alcalde pedáneo, Cándido Caro, que fue detenido en presencia de los vecinos, llevado por la fuerza y posteriormente ejecutado en un paraje de las afueras, donde dejaron el cadáver. Al maestro de la escuela lo sacaron de su casa durante la madrugada. Nadie le dijo por qué, a pesar de que lo preguntó con insistencia mientras se lo llevaban". Según cuentan los testigos, poco después se oyeron sonidos que indicaban una ejecución, y al amanecer se observaron indicios claros de lo ocurrido en un camino próximo.
"Además del alcalde y del maestro, fueron ejecutados en circunstancias similares otros vecinosy varias vecinas". Entre las víctimas, se encontraba una mujer en avanzado estado de gestación, cuyo fallecimiento fue especialmente impactante para los vecinos. La tenebrosa lista de la que iban tachando nombres no se limitó a las desapariciones: Algunos de los vecinos fueron retenidos durante horas en la casa que los soldados habían tomado como cuartel". Desde el exterior, el pequeñoCándido Moyano escuchó ruidos asociados a malos tratos de extrema dureza.
"Nadie se atrevía a intervenir, y aunque se desconocen los detalles exactos de lo que ocurrió dentro" muchos de ellos no sobrevivieron a aquellos episodios. Las fuentes coinciden en que, en total, entre 18 y 30 vecinos fueron asesinados en la aldea, aunque no todos han podido ser identificados con nombre y apellidos. Desaparecieron de los registros."
Varias familias lograron huir y desplazarse a Zalamea y a las aldeas cercanas, como Membrillo Alto, y los que no tenían a dónde ir ni con quién refugiarse se escondieron en galerías mineras abandonadas, donde permanecieron varios días viviendo en condiciones extremas. A Cándido lo sacó su madre de la alacena a los pocos días. Oculto en sus sombras había logrado esquivar por dos veces el registro de los soldados, pero no tentaron a la suerte una tercera ocasión. (...) Una vez que la aldea quedó completamente vacía, la redujeron a ruinas". La pedanía fue primero incendiada y posteriormente sometida a un ataque que terminó de arrasarla por completo.
"Aunque no fue el único caso de destrucción física durante la Guerra Civil, Membrillo Bajo representa una excepción significativa porque, a diferencia de otros pueblos como Belchite o La Sauceda, no hubo combates ni resistencia armada. La crueldad fue aún mayor porque, además de borrarla físicamente, decidieron eliminarla jurídicamente. Desapareció de los mapas, de los planos catastrales, del censo de población y de la propia documentación municipal. Ni siquiera trataron de reconstruirla. Membrillo Bajo dejó de existir incluso en el recuerdo de quienes la habitaron."
En 2025, Membrillo Bajo sigue siendo considerado Lugar de Memoria Histórica de Andalucía y es visitable para quienes quieren conocer su historia.
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