José Antonio Mancheño

El club social del mollate

Silla de palco

23 de mayo 2016 - 01:00

ENTRE la diferente fauna que ha posado los codos en las viejas tabernas, tascas y zampuzos de nuestra tierra, cuyos méritos superaron a los aburguesados bares ciudadanos, merecen un reconocimiento los elegidos por méritos propios como sagrados templos del amiguismo, la tertulia y el mojarreo de un tiempo ya perdido.

En estas, se me viene a la memoria una ilustrada relación de aquellos que, aun desaparecidos, dejaron resacón en las crónicas sepias de antaño, lacrando su huella en el cristal de un pesetero o en el sabor de un manguara con ecos de serrín.

Pasan por el recuerdo: Doña Rosa, esquina Vázquez López con las Monjas, El Nido, en Cardenal Albornoz, con sus tapas de ensaladilla, sardinas rellenas y chorizos al alcohol; Casa Márquez y El Salao, en Silos y San Sebastián, casi tocando los solares del Litri, una, con sus típicas avellanas y chochos, y otra, con el mejor "té moruno" de España; Juan José (antiguo) en las Adoratrices con sus sabrosos revoltillos, tortillón de patatas, atunes y carnes mechás; el Barbi con sus inigualables gambas al ajillo y sus verdigones al vapor; las Columnas y el Perú, a pocos metros de la Avda. de Italia, y el Matadero, con sus barricas del Condao esperando el pitío de los talleres de Riotinto; las Tinajas y las selectas mariscadas de Ángel, Joselito en esa Plaza Niña de estameñas y cruces, con sus guisos caseros, la Viña en Tendaleras y su ración de pescaíto, las "ocho horas" con su pintiparao reloj en la pared y sus habas enzapatás; La Parra en San Pedro con Retamales y los primeros costaleros, La Cinta en Primo de Rivera con sus adobos y pavías, la Palma y el Zafra, junto a las estaciones de tren; la Puerta Ancha, la Primera del Barrio, el Pechuguita, los Gallegos y sus frituras, el Abanico, el Valle frente a la Catedral, el Pozo con su pozo en Alfonso XIII, la Sin Nombre, la Oreja de Oro, el Buenavista de Felipe Pavón, Gambrinus, el Quitasueños…

Todo un mundo perdido en ese discurrir por los duendes del recreativismo y las disputas taurinas, el alborotear de carros por la Pescadería y el runrún de vagonetas escupiendo pirita. Huelva "lejana y rosa" o "el infierno y la brisa". El Kiosco de Isidro o el de Ramoni.

Allí quedaron, entre sombras de ayer y el verso exacto de Rogelio Buendía: "Viva Huelva, viva Huelva, que doló de tierra mía, con 400 tabernas y una sola librería". Sin estrellas Michelin.

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