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Lázaro Perdigones Cruzado: barman y pintor

  • Sus establecimientos hosteleros son una referencia en Punta Umbría y se convierten en salas de exposiciones

Lázaro Perdigones Cruzado junto con uno de sus cuadros.

Lázaro Perdigones Cruzado junto con uno de sus cuadros. / M. G. (Punta Umbría)

A toda la familia Perdigones la conozco desde hace mucho tiempo y a todos les tengo un gran afecto. Además, todos tienen mucho de qué presumir por ser buenos profesionales de la hostelería. Pero es que Lázaro, además, es pintor. Y muy bueno. Por eso hoy merece que le dedique este espacio.

Lalo, que es así como se le conoce amistosamente, nació en la calle Belchite de Huelva en el año 1946. Y se vino a Punta Umbría cuando solo tenía 22 años, siguiendo los pasos de su hermano Luis, que se había instalado en nuestro pueblo, que empezaba a despuntar turísticamente. Luis montó un restaurante que llevaba su apellido y que llegó a ser toda una referencia en la provincia y, por supuesto, el mejor restaurante de Punta Umbría en aquellos años. Luis lo llamó y empezó a trabajar con él, siendo durante cinco años su compañero de trabajo, con el que además aprendió mucho. Aunque Lalo ya tenía experiencia, porque había estado trabajando en el restaurante Los Pinzones de Huelva.

Pero después se independizó y, muy cerca del restaurante de su hermano, montó el suyo propio, El Ancla. Posteriormente se cambió al edificio Torre Umbría, en el centro del pueblo, y creó el Lalo Bar, que fue definitivamente su negocio más característico y que duró 26 años, hasta su jubilación.

Durante varios años su restaurante fue uno de los más apreciados de toda la provincia de Huelva

Finalmente toda la familia Perdigones se vino a Punta Umbría y echó sus raíces en la hostelería local con establecimientos tan emblemáticos como el Restaurante Don Diego, bajo el Hotel Pato Rojo; el Restaurante Perdigones, bajo el Hotel pato Amarillo; el Lalo Bar, ya citado. Además, Paco, junto a su esposa, trabajaban en el bar de su suegro en la calle Fragata; y Juan lo hacía con Luis y su padre, que tenía un gracejo especial y montaron una churrería en Everluz llamada El Caballo Blanco.

Lalo, además de trabajar desde pequeño, también se aficionó a la pintura y desde los 15 años empezó a pintar aprendiendo él solo día a día. Recuerdo entrar en su bar de la avenida de Andalucía y, en sus ratos libres, él se ponía delante de su caballete y pintaba cuadros que luego adornaban las paredes de su local. Recuerdo también que muchos armadores le encargaban un cuadro de su barco anclado en la ría o navegando. Otros le encargaban paisajes y otros los pintaba él por su propio gusto. Teníamos tan buena amistad que un día que fui a comer allí me regaló un bodegón precioso que adorna el salón de mi casa. La pintura de Lázaro me era muy familiar porque en casa de mis padres había también una obra de este magnífico pintor autodidacta.

Su bar era una auténtica sala de exposiciones permanente. Por eso no necesitaba exponer en galerías. No obstante, participó en una colectiva a beneficio de la Hermandad de la Virgen de la Cinta en la Sala de la Caja Rural del Sur en Huelva junto a otros pintores onubenses. También expuso en la nueva Sala de Exposiciones dentro del edificio del teatro del Mar, que dicho sea de paso, todos los pintores se quejan de lo escondida que esta está la sala, a la que solo acuden los visitantes el día de la inauguración de una exposición, ya que el pintor invita a todos sus amigos y allegados, pero la verdad es que está muy a “trasmano”. Nada tiene que ver con la antigua sala José Caballero que estaba en la propia avenida de Andalucía y todo el pueblo pasaba por delante de ella y entraba. Daba gusto ver aquella galería siempre llena de personas.

Además de buen cocinero llegó a ganar un concurso de coctelería en Andalucía Occidental

Lalo hizo el servicio militar en Artillería, primero en Córdoba y luego en Sevilla, y una vez terminado se casó en Isla Cristina con Carmen, su novia que había conocido en Huelva y que le dio dos hijos que actualmente trabajan uno en Aranjuez y otro en Madrid.

A todo esto, igual que sus hermanos, aprendió coctelería y se presentó a varios concursos. Quedó el número 1 en el concurso de Andalucía occidental. Después concursó en Madrid en el nacional y quedó el tercero. Y en el año 1973 quedo en cuarto lugar en Barcelona. Es decir, que Lalo era y es un auténtico figura de la coctelería. Tanto es así que en Lalo Bar preparaba una sangría que se hizo famosa en toda Punta Umbría por su exquisitez y hoy, algunos años después, aún siguen llegando clientes preguntando por la famosa sangría de Lalo.

Pero no solo era un buen barman, también era y es un magnífico cocinero. Recuerdo que en una ocasión se presentó en mi casa un marinero amigo que me trajo de regalo una gran langosta que había pescado. Como en casa no sabíamos ni dónde meterla ni cómo prepararla ni tampoco teníamos menaje de cocina tan grande para aquel bicho, fui a ver a mi amigo Lázaro y se lo conté. Entonces, sin dudarlo un instante, él me dijo “tráetela que aquí le vamos a dar su tratamiento”. Se la llevé y allí me quedé con él para ver como hacía la operación. Me entusiasmó como la preparó, tapándole con algodones todos los poros y luego metiéndola en una gran olla. Fue toda una intervención quirúrgica la que le realizó y el resultado fue un verdadero manjar.

En Punta Umbría hay muy buenos pintores, siempre lo he dicho, la luz y el sol de este pueblo inspira. He escrito de algunos de ellos como Pedro Gil Mazo, Antonio Cazorla o Tomás Cordero y seguiré contando cosas de otros muchos. Lalo se reúne mucho con otro pintor local que también merece que le dedique otro día unas letras. Me refiero a Bernardo Aguaded, pero Lalo aprende de cualquier otro pintor con el que se reúne. Aprende con solo mirar. Aprende hasta del silencio. Pero dice que el onubense Antonio Morano le enseñó muchos trucos en la pintura. Dice que Antonio es un pintor de mucha categoría, igual que Antonio Brunt, hijo de otro gran pintor que dio Huelva y del que quiero resaltar una preciosa obra de una mujer sacando agua de un pozo junto a una vaca. En definitiva, que la obra de Lázaro está en evolución constante porque él no deja de probar técnicas para ser cada vez mejor.

Ahora que ya está jubilado pasa el tiempo paseando por su pueblo con su esposa, que es una mujer adorable y le acompaña siempre. Y entre paseo y paseo, a pintar, que es lo que más le gusta.

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