El termómetro de Doñana
Especial 40 Aniversario de Huelva Información
Los próximos años del parque nacional más importante de Europa deben estar marcados por un proyecto global que garantice el futuro de muchas generaciones
Huelva/Un conjunto de ecosistemas únicos, de playas y dunas, cotos y marismas que, desde siempre, ha convivido con el hombre, con los pobladores de estas tierras que han sabido aprovechar sus recursos naturales sin esquilmarlos.
Más de medio siglo después de que se iniciara una concienciación mundial para su preservación, Doñana se encuentra en un nuevo punto de inflexión, donde Gobierno y Junta de Andalucía tienen ante sí mantener el que siempre ha sido el destino de Doñana, un perfecto equilibrio entre conservación y de desarrollo.
Para entender la importancia de este rincón onubense, hay que conocer su historia. Su verdadera historia.
Con presencia de neandertales hace 28.000 años, varios tsunamis acabaron con distintas civilizaciones y no logró su estabilidad geológica hasta el final de la Edad del Bronce, mil años antes de Cristo, comenzando nuestra historia reciente de tartésicos, fenicios y romanos.
La evolución de Doñana ha estado siempre ligada al hombre, puerta de entrada de civilizaciones, ha servido de fuente de riqueza. En el periodo romano con la pesca y el salazón y tras la reconquista en el siglo XIII como cazadero real, limitando cualquier actividad y aprovechamiento que perjudicara la caza.
Es precisamente ese entorno privilegiado y la protección que se le dio desde la nobleza como espacio cinegético lo que evitó asentamientos y explotaciones agrícolas durante varios siglos, llegando al XVIII con limitaciones y sólo tres usos autorizados: la explotación forestal, dehesas y pastos para la ganadería y como coto de caza.
Doñana entró en el siglo XX como un paraíso medioambiental en una Europa que había devorado en gran parte su patrimonio natural con una revolución industrial desmedida y una población que crecía exponencialmente y necesitaba más extensiones agrícolas. Doñana se quedó casi como el último reducto de las aves en su migrar entre continentes.
Desde entonces, el Parque Nacional vinculado a la desembocadura del Guadalquivir y a sus marismas, se ha convertido en el referente de nuestra conciencia ecológica. Su salud, es el reflejo de la salud medioambiental no sólo de la provincia de Huelva sino del mundo. Los cambios climáticos se reflejan primero en este espacio de equilibrio delicado, con periodos de sequías y de lluvias, con inundaciones que hacen revivir su riqueza natural cada año y la llena de vida. Es nuestro termómetro.
Desde 1963 la protección sobre Doñana no ha hecho más que crecer. El interés científico y naturalista que arrancó en el siglo XIX con la publicación del catálogo de las aves de Antonio Machado y Núñez y que continuó con en el XX con los arqueólogos Adolf Schulten y Jorge Bonsor en su búsqueda de la mítica Tartessos, se plasmó en la década de los 60 con la adquisición por parte del Estado de las primeras 7.000 hectáreas para la creación de la Estación Biológica de Doñana y posterior Parque Nacional en 1969, una figura que se completa en 1978, ampliando a sus límites actuales en 2004.
20 años después, el pasado mes de septiembre, se planteó por la Junta de Andalucía, actual encargada de la gestión del espacio natural, una nueva ampliación con la compra de 7.500 hectáreas de la finca de Veta La Palma, un gran humedal donde millares de pájaros acuden cuando Doñana se encuentra en un periodo seco, como en la actualidad.
Un periodo seco que afecta a todo el territorio, un cambio climático que se ceba con muchas partes del mundo. Las 52.252 hectáreas actuales de Doñana no son una excepción.
Esas hectáreas no se encuentran aisladas, porque la naturaleza no entiende de líneas rectas, están en constante interacción con la zona periférica de protección, que son 74.278 hectáreas que incluye tanto el terreno cercano al parque nacional como el territorio del parque natural colindante.
Pero esta zona tampoco está aislada ya que se considera que el área de influencia socioeconómica de Doñana llega a las 200.601 hectáreas, zonas no protegidas pero que sí pueden influir en el entorno medioambiental.
Y es aquí donde se presenta el reto del futuro del mayor humedal de Europa. Cómo gestionar la conservación de un espacio natural que nadie pone en duda con la legítima necesidad de los habitantes del entorno de generar riqueza y mantener su subsistencia, pegando la población al territorio, una población que es la beneficiaria directa de la salud del parque nacional.
La sequía de los últimos años ha puesto el foco en las explotaciones agrícolas de la zona del Condado de Huelva y el uso no regulado de las aguas subterráneas de Doñana.
El parque nacional nunca ha vivido de los extremos, ha vivido de la relación entre la naturaleza y los seres humanos que habitan junto a él, del entendimiento. La situación actual es fruto de la falta de previsión, inversiones y atención que durante décadas se ha aplicado sobre una zona a la que no se le ha facilitado un trasvase de agua para continuar con su actividad de cientos de años y a la que no se le ha dado una alternativa socioeconómica con la que seguir pegada a la tierra.
La política de prohibición tiene que dar paso a un proyecto global en el que Doñana pueda volver a ser pionera en el mundo. En eso estamos.
Los próximos años del parque nacional más importante de Europa deben estar marcados por un proyecto global que garantice el futuro de muchas generaciones, que haga posible la convivencia entre quienes han protegido la reserva natural hasta la actualidad y los que deben velar por su mantenimiento.
De la Unión Europea deberá llegar algo más que sanciones y amenazas, deberá llegar una inversión millonaria que garantice no sólo la conservación del espacio natural sino la forma de garantía de subsistencia de los europeos que viven junto al parque nacional.
Las infraestructuras hídricas han tardado demasiado y el momento coyuntural se ha adelantado. Una coyuntura de falta de lluvias que puede convertirse en endémica. Es por eso por lo que Doñana, su entorno y los habitantes que viven en él necesitan un ambicioso plan que haga posible no sólo la convivencia actual sino que permita que haya un humedal en el sur de Europa.
La reciente compra de Veta La Palma evidencia que la vida se abre paso. Ante la sequía del parque de los últimos años, las aves se desplazaron a una zona fuera del parque pero rica en agua que ahora se incorporará.
Doñana tiene todos los reconocimientos y protecciones, pero no es suficiente. Red Natura 2000; Reserva de la biosfera; Convención RAMSAR relativa a los Humedales de Importancia Internacional; Diploma del Consejo de Europa a la Conservación; Patrimonio Mundial de la UNESCO; Carta Europea de Turismo Sostenible; Lista Verde de Áreas Protegidas UICN… nada de esto sirve si, una vez más, no se adapta a los continuos cambios de la naturaleza, al cambio climático.
Doñana, como termómetro de nuestra conciencia, de nuestro entorno, deberá liderar una vez más el futuro y establecer el amplio consenso que siempre le ha llevado a ser lo que es, a establecer un modelo sostenible si queremos preservar la naturaleza, si queremos tener población en los campos, si queremos seguir teniendo agua.
Doñana, como termómetro de nuestra evolución, deberá en los próximos años liderar el futuro de muchos otros lugares de Europa y del mundo, cómo hacerlo sostenible, con grandes inversiones y con reglas de juego que no excluyan a nadie y a nadie deje fuera.
Como hace muchos años, el consenso de estar ante un espacio único en el mundo que sabe vivir con su entorno será lo que salve a Doñana.
Patrimonio natural
La naturaleza ha sido generosa con Huelva. Un tercio de la geografía de la provincia está protegida por su riqueza medioambiental. El reto del Paraje Natural de Marismas del Odiel es distinto y a la vez similar al de Doñana. Un desafío lanzado de convivencia entre una ciudad industrial y un entorno natural sensible que necesitan para vivir miles de aves cada año. Un paraíso entre un desarrollo turístico costero y una actividad económica de interior.
Más allá del Andévalo, el Parque Natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche, declarado así en 1989 por la Junta de Andalucía, fija su futuro no sólo en la conservación de una zona que ha sabido amoldar su turismo al respeto por la naturaleza, sino en seguir aportando una forma de vida a través de sus recursos naturales. Las dehesas, el corcho, las setas, las castañas… un sinfín de formas de ganarse la vida que ha hecho que no sólo se fije la población de los serranos en la zona sino que ofrezca recursos económicos suficientes para no tener que destruir el entorno.
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