Tribuna

alfonso lazo

Historiador

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Fue en la Andalucía rural donde un partido progresista (PSOE) tuvo durante largo tiempo su granero electoral; una anomalía fruto de un malentendido a comienzos de la democracia

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Andalucía ya no es la misma región que parecía ser durante los casi 40 años de gobierno del PSOE. Ahora, sin temores inducidos y con vistas a futuras alianzas, Juan Manuel Moreno podría gobernar mucho tiempo. ¿Cómo ha podido producirse un cambio tan radical?

Sostenía a comienzos del siglo XX Vilfredo Pareto, uno de los padres de la sociología moderna, que en toda sociedad armoniosa cabe distinguir dos mentalidades enfrentadas, pero cuyo enfrentamiento garantiza una larga estabilidad: la mentalidad conservadora y la mentalidad progresista. Si sólo existen conservadores la comunidad se fosiliza hasta entrar en estado de catatonia; si sólo existieran progresistas, pronto se hundiría en el desorden y el caos. El hábitat natural del conservadurismo es el campo y las villas rurales donde las tradiciones y la costumbre con raíces milenarias cuentan más que las leyes del Parlamento; el progresismo, por el contrario, se nutre de urbanitas y del discurso que generan los grandes medios de comunicación de masas. Y sin embargo, fue en la Andalucía rural donde un partido progresista (PSOE) tuvo durante largo tiempo su granero electoral; una anomalía fruto de un malentendido a comienzos de la democracia.

En 1977 el campo andaluz ya no era el de 1936. El señorito había desaparecido, el latifundista se había convertido en empresario, las fincas se mecanizaron, la mano de obra sobrante emigraba a Barcelona y Alemania. Desapareció el hambre; los jornaleros ya no reclamaban tierra, sino buenos sueldos e ingresos regulares. Quedaba, sí, el recuerdo de los fusilamientos de la Guerra Civil y del desorden de la Segunda República, de modo que ese doble recuerdo le hizo ganar a la socialdemocracia moderada y ordenada elección tras elección. Mas también el conservadurismo rural continuaba intacto elección tras elección. Basta leer el libro clásico de Díaz del Moral Historia de las agitaciones campesinas andaluzas para percibir cuanto hubo de conservador bajo las aparentes explosiones revolucionarias del campesinado pobre a lo largo de la Historia. En primer lugar, la Historia demuestra que las grandes revoluciones de masas fueron siempre preparadas y dirigidas por una minoría activista que usó a las masas como ariete. Pero hay más, tales masas nunca constituyen la mayoría de la población, de una clase social o de una creencia religiosa alzada contra lo establecido; la mayoría, también siempre, permanece al margen del hecho revolucionario en un silente rechazo. Y esto en las grandes revoluciones, porque en el caso de las revueltas campesinas provocadas por la hambruna había desde luego hambre, pero en absoluto ninguna ideología política. Los hortelanos que en 1838, después de meses de lluvias torrenciales que habían arrasado los cultivos, invadieron Sevilla y asaltaron el gran mercado de la Encarnación para saquearlo no eran ni de lejos revolucionarios liberales.

La mentalidad conservadora del hombre de campo suele ser antiliberal (hablo del liberalismo económico), le gusta el intervencionismo de un Estado protector que le asegure precios, salarios y subvenciones; de ahí, su aceptación pasiva del régimen de Franco y, ya en democracia, la fidelidad del voto al PSOE, hasta el punto de que los dirigentes socialistas solían referirse en privado al "franquismo sociológico" de sus votantes rurales.

Estas buenas relaciones sostenidas por aquel malentendido comenzaron a cambiar a partir de Zapatero. El PSOE abandonó su discurso socialdemócrata sustituyéndolo por otro que a la fuerza iba a chocar con la subterránea -pero viva- mentalidad conservadora. Frente a las virtudes masculinas propias de un campesinado orgulloso de su virilidad, la ideología de género y un feminismo radical que defendía el aborto de las niñas sin el permiso de los padres; frente a la naturaleza virgen de bosques, matorrales y "alimañas" que agricultores y ganaderos consideraron siempre enemiga, las imposiciones de un ecologismo urbanita desconocedor de la vida en el campo; frente a la paz social, el publicitado guerracivilismo de la "Memoria Histórica"…

En suma, fue ese giro de la socialdemocracia española lo que ha despertado el alma conservadora de los núcleos rurales y, con ello, la presencia de Vox al alza en los pueblos de Andalucía. Malo para el PSOE, desde luego, pero asimismo malo para el Partido Popular si no abandona -y rápido- su impostado lenguaje "progresista" que desde Rajoy y Casado ha venido copiando de la presunta izquierda.

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