Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Tentetieso
Apropósito de su centenario, decía aquí Braulio Ortiz Poole que Carmen Martín Gaite se ha mantenido joven y así es, aunque haya pasado más de un cuarto de siglo desde que celebró su último cumpleaños en vida. En un tiempo que parece haber agrandado las barreras entre generaciones, la gran escritora salmantina no ha dejado de interesar a los lectores después de su muerte y quienes se aproximan por primera vez a su obra siguen encontrando en ella una voz cercana y concerniente. Martín Gaite pertenece a la alta categoría de clásicos –lo es sin duda de su siglo, por encima de nombres en otro tiempo encumbrados– que no necesitan de mediadores o sesudos críticos que nos expliquen sus méritos, bien visibles y disfrutables, pero recibimos con gratitud las contribuciones que nos la acercan más todavía. Además de un motivo añadido para volver a sus libros, la efeméride ha propiciado una excelente biografía de José Teruel, a quien ya conocíamos como impecable editor, que revela muchos datos valiosos del mundo de Carmiña, uno de los apelativos –otro era Calila– con que la llamaban sus íntimos y que sus lectores usamos desacomplejadamente, como integrantes de la gran familia conformada por sus fieles. De manera expresa, Martín Gaite sólo abordó su propia vida en dos ocasiones, recuerda su biógrafo: primero en un “bosquejo autobiográfico” publicado como apéndice para la edición norteamericana de El cuarto de atrás, preciosa seudonovela donde puso mucho de sí misma, y después en la conferencia Esperando el porvenir, incluida como ensayo en un espléndido volumen dedicado a su amigo Aldecoa. Pese a ello desconfiaba, dice Teruel, de las trampas de lo autobiográfico y prefería servirse del filtro de la fabulación, de acuerdo con la anotación transcrita en uno de sus cuadernos: “No se dice lo secreto, se cuenta”. Los lectores de Martín Gaite nunca le agradeceremos lo suficiente la sensibilidad y la elegancia con la que ha abordado las tragedias personales de la autora, tan distante del gusto por lo truculento que caracteriza a otros biógrafos, y la sabia y respetuosa lectura que hace de los pasajes donde se refleja la intimidad que fluye, según su propia imagen, como un río subterráneo. Impresiona la amplitud de sus intereses y la variedad de su obra. Admira su habitación de la soledad, su independencia de criterio, su obstinado vitalismo. Conmueve la niña que fue y no dejó de acompañarla. Para algunos de nosotros Calila sigue siendo, más que una autora predilecta, una amiga del alma.
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