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Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

La era del separatismo español

El problema inmediato no será ya el separatismo vasco y catalán, sino nuestro propio separatismo

Tras una crisis de deuda, un movimiento insurreccional en Cataluña y una pandemia, hubiera sido de esperar una mínima agenda de política nacional entre los dos principales partidos de nuestra democracia, para desarrollar a medio plazo. España es un país con dificultades para el crecimiento, cuyo PIB per cápita pierde puestos con relación a otros países europeos, tasas dramáticas de abandono escolar, una población envejecida, índices de deuda pública altos y problemas graves de vertebración territorial. Somos una Nación débil que carece de un patriotismo republicano capaz de pujar porque no se desmorone la igualdad inherente a toda sociedad bien ordenada. Y no me refiero aquí, que también, a la igualdad entre territorios, sino sobre todo a la existencia de unas condiciones reales de igualdad en el ejercicio de los derechos. Circunstancia que paulatinamente se esfuma en una sociedad donde se privatizan los espacios de socialización y cuidado, el acceso a la propiedad determina las expectativas de bienestar y la clase media pierde poder adquisitivo. Esa política nacional sería fundamental para pactar de forma segura y generosa un modelo territorial integrador, pero también para evitar el desagüe social de nuestro Estado. Lejos de esto, lo que ahora marca nuestra cultura política es la expresión de un separatismo español que degenera hacia las peores versiones del conflicto populista en el presidencialismo. Es desolador ver a líderes conservadores celebrando futboleramente como propio el triunfo de la distopía libertaria y chabacana del viva la libertad, carajo argentino, por pura asimilación de una cultura general del enemigo. Un marco en el que se mueve cómodamente una extrema derecha amorfa y antinacional, del mismo modo, claro, que quienes entraron en política diferenciando entre gente y no gente, pueblo progresista y no pueblo, anhelando esta división peronista de la vida política para confort de sus narcisismos juveniles. Y en este contexto es especialmente penosa la incapacidad del jefe de gobierno para dirigirse ya sea una vez, asumiendo su función integradora, a los españoles que no le votan. Incapaz de ver que el problema inmediato para nuestra comunidad política, si no se remedia, no será ya el separatismo vasco y catalán, sino nuestro propio separatismo. La emergencia de dos ideas de nación enfrentadas, inviables dentro de la Constitución y construidas sobre un autoodio que, aunque acompasado al son patético de populismos foráneos, acabará sin duda en la intimidad clásica y la vileza de nuestras miserias históricas.

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