LA noche cae y cobran así sentido el centenar de cirios encendidos que pasean, lentamente, por las calles de Huelva. Hay ambiente de bullicio, caras que se encuentran, ganas de pasear las calles, pipas por los suelos, cigarros de espera, niños que aún no saben distinguir el cristianismo de la Caperucita Roja que se autoimponen como misión tener la bola de cera más grande de todos. Una tarea dura teniendo en cuenta la competencia, los penitentes siesos que no dan y las madres que agarran cuando no se puede interrumpir el paso. Señoras mayores que piden perdón al señor por considerar, y decir, que una virgen es más bonita que otra. Marchas, marchas por todas partes y que desde hace ya tiempo que se vienen escuchando. Están los que se las saben, están los que sin haberse perdido una Semana Santa en su vida, y habiendo vivido bastante, no distinguen unas de otras. Bostezos, manos en los riñones y movimientos de lumbago. Unos hombros que hacen círculos hacia atrás. No falta el capataz, va para discursos «que lo están llevando perfecto, señores», pie izquierdo adelante, pie derecho atrás, y lo que todo el mundo espera, un grito entre sudores que nadie huele: « ¡Al cielo con ella, valientes!»

Fuerte olor a incienso, eso es que el paso está muy cerca. Ya sea el paso o la Semana Santa, el caso es que algo se acerca. Muchos contienen la respiración cuando ese algo se acerca. Otros, sólo cuando lo tienen de frente. A otros les da por contraerla cuando ya lo ven irse y entienden que las cosas nunca se repiten.

Unos, se persignan; otros, miran incómodos hacia los lados cuando los primeros lo hacen, como queriendo disimilar su ateísmo, agnóstismo o pereza. Pareciera para los segundos que lo que viven no es tan de verdad como para los primeros. Esa manía de muchos primeros de tener que tocar el paso son sus manos, como si frotaran al genio de la lámpara, y esa imitación de los segundos por curiosidad.

Todo adquiere un aire solemne cuando se alarga la noche por la Madrugá, cuando llegan las recogidas o cuando alguien se emociona. Lo oscuro, las velas, la marcha, el gentío…cuando se acerca Cristo en su agonía paseando al compás la gente se va callando. Cualquier movimiento brusco del paso de Él (Cristo) o de Ella (Virgen), un paso largo, una levantá, un dar más a la izquierda…se aplaude, es una de las leyes cívicas de la Semana Santa de Huelva. A las más bonitas las cubren de pétalos de rosa, kilos y kilos arrojados por los balcones que cesan al romper una garganta arrancándose por saetas. Todo el que hable en ese momento será odiado popularmente y acribillado a miradas.

Esta es Huelva en Semana Santa, esto es con lo que me he criado. Hay cosas que cuando te la inculcan desde chica se aprenden y se llega a comprender qué es lo bonito. Cosas que, aún sin gustarte, siempre comprenderás más su belleza que cualquier extranjero, que forma parte de tu identidad, de la identidad de tu tierra y de tu gente. Cosas que cuando vuelves hacen que te sientas cómplice, irresistiblemente, de todo lo que sucede a tu alrededor.

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