La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La santidad de Casaldáliga

Muchos han elogiado estos días al gran Casaldáliga no por sus muchos méritos, sino para dar una patada a la Iglesia

El fallecimiento del obispo Casaldáliga, a quien siempre respeté y admiré, plantea la cuestión de la tensión entre institución y Espíritu dentro de la Iglesia. Los santos -y Casaldáliga lo es, sea canonizado o no- han sido muchas veces un estorbo para la Iglesia, una voz tan irritante como las de los profetas de Israel tronando contra los poderosos y quienes han cortado la religión a la medida de sus intereses o la han reducido a la estrechez de sus mentes (un mal no solo cristiano, como recuerda esta frase atribuida a Epicuro: "Es impío no el que niega a los dioses, sino el que los conforma a las opiniones de los mortales"). Cosa, por desgracia, frecuente tanto entre clérigos considerados reaccionarios como progresistas: en ambos hay quienes son dados a utilizar a Dios como un muñeco de ventrílocuo haciéndole decir lo que ellos piensan. No es este el caso de Casaldáliga, como tampoco lo fue de su coetáneo e igualmente admirable Hélder Cámara. Aunque, junto a otros teólogos de la liberación, rozaran a veces la tentación zelota.

Lo paradójico de los santos es que, a la vez que un estorbo (en otros tiempos hasta encarcelados como herejes), son la mayor bendición para la Iglesia: "el reflejo de la presencia de Dios" según el papa Francisco. Una paradoja que se explica por la tensión entre la Iglesia institución y la Iglesia Espíritu. No son dos realidades opuestas, pero sí dos modos de servirla que satisfacen necesidades sin las cuales le resultaría imposible sobrevivir. Lo importante es que los servidores del funcionamiento ordinario de la institución no olviden (a veces lo hacen) que su trabajo es un medio, no un fin: "Sin el Espíritu -dijo Benedicto XVI-, la Iglesia se reduciría ciertamente a un gran movimiento histórico, una institución social, compleja y sólida, a lo mejor una especie de agencia humanitaria, como sostienen cuantos la contemplan fuera de una perspectiva de fe; pero en su verdadera naturaleza y en su presencia histórica más auténtica, la Iglesia, incesantemente, es plasmada y guiada por el Espíritu de su Señor".

No resta grandeza a la gran figura de Casaldáliga recordar que hay sacerdotes a los que se les impone como una carga la gestión, cuando su vocación es la misión. No debe enfrentarse la Iglesia institución a la Iglesia Espíritu o la Iglesia misión. Como han hecho estos días cuantos elogian a Casaldáliga para dar una patada a la Iglesia.

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