
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Vox y el temblor de piernas
Su propio afán
Una frase de Joseph Conrad me reveló de golpe una verdad en la que ya vivía. “He who loves the sea loves also the ship’s routine”, o sea, el que ama el mar también ama la rutina del barco. Cuando uno tiene verdadera afición disfruta también de la parte trabajosa. Caí en la cuenta. Que mi hermano Nicolás y mi padre me saquen a pescar un día, me encanta, pero me da una pereza invencible preparar los anzuelos y las tanzas la noche anterior o baldear el barco después. En consecuencia, pescar, aunque peleando con el carrete en la emoción del momento parezca que sí, no me apasiona. En cambio, leer, muchísimo, y por eso soy capaz de echar dos semanas tratando de ordenar mi biblioteca, y hasta de quitarle el polvo.
Con la vela me pasó igual. Navegar en tabla lo disfrutaba bastante, pero arbolar y cuidar el material no tanto. Lo dejé para leer más. Ahora he vuelto a cargar con la tabla porque mi hijo se está aficionando. Aquí, entre nosotros: se me había olvidado qué pesada era la previa del windsurf. Nos llevó una semana reunir el material y ponerlo a punto. El primer día costó Dios y ayuda desarbolar porque los nudos se habían compactado. El segundo día perdimos la orza. El tercer día se soltó la escota. El cuarto día –ayer– se atascó el pie de mástil.
Cuando estábamos desesperados en la orilla peleándonos con el mecanismo, llegó una chica monísima, en muletas. Era una entusiasta del windsurf, y ahora no puede montar en tabla por la lesión, pero había visto de lejos que teníamos problemas y venía –cojeando, a saltitos– a echar una mano. Mi hijo preadolescente estaba alucinado con esa aparición providencial y casi angélica. Ni ella pudo arreglarlo, pero nos explicó la manera de hacerlo más tarde. No sé en qué pensaría mi hijo. Yo la veía trabajando en nuestra tabla, me acordaba de Conrad y me decía: “Esta chica sí ama el mar”.
Ella, sí; mi hijo, también; pero ¿qué hago yo, a estas alturas, cargando y descargando la tabla por la arena seca y ardiente de la playa? ¿No habíamos quedado en que dar dos bordos, vale, si me lo dejaban todo listo y me lo recogían luego? Así es, no soy una excepción a la ley Conrad, sólo que esta vez aplica a una situación distinta: “El que ama a su niño, también ama la rutina de la crianza de un preadolescente”. Lo vi claro con la tabla a cuestas.
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