En este perro mundo

Pablo Sycet

Entre el pueblo y la ciudad

"Mi visita a Aroche se agitó con la espléndida realidad de un pueblo que ha sabido conservar su identidad"

En pocos días, y sin solución de continuidad, la vida me ha traído desde Madrid hasta el pico de Aroche para participar en la primera edición de los Encuentros en La Belleza, y a Sevilla la llana para disfrutar de la Feria de Abril, invitado por su alcalde tras el acuerdo de cesión de más de 350 obras de la Colección Olontia para su exhibición permanente en el Espacio Santa Clara. Al pueblo de la sierra onubense no volvía desde que era un mocoso de pantalón corto y mi padre me llevó en uno de sus viajes de negocios por pueblos de la provincia, hasta que regresé el año pasado con vistas a conocer las ruinas romanas de Turóbriga e ilustrar, y luego presentar, el libro de poemas Llanos de la Belleza, de Jose Juan Díaz Trillo, por lo que mi retorno tuvo algo de mágico túnel del tiempo, ya que lo poco que mi memoria guardaba de aquella visita se agitó con la espléndida realidad de un pueblo que ha sabido conservar su identidad contra el dictado de los nuevos tiempos que ha desnaturalizado tanto la capital como algunos otros pueblos de la provincia más expuestos a las miserias especulativas. Por su parte, mi retorno a la feria sevillana, tras una eternidad dándole la espalda al ritual de los caballos, lunares y rebujitos, ha desbordado todas mis previsiones y me ha venido a confirmar que soy de espíritu más cofrade que fiestero, aunque pocas dudas tenía sobre eso ahora que ya empiezo a tener conciencia de conocerme, incluso cuando duermo. Y al igual que el de Aroche me ha parecido un modelo de turismo sostenible y ajustado a su realidad orográfica, al que tan sólo le faltaría un enclave de arte contemporáneo que sumar a sus ruinas imperiales y a su buena gastronomía serrana, también el contrapunto del esplendor primaveral de la capital andaluza también me conquistó de pleno, por más que las sevillanas, como género musical, no me interesan ni siquiera en el cine y con dirección de Carlos Saura. Por eso, para alguien tan descreído como yo de esa idea de progreso mal entendido, y de sus perversos daños colaterales, la gratificante experiencia de haber estado con un pie en Aroche y otro en el centro de Sevilla durante el pasado fin de semana me ha devuelto la fe en el escaso futuro que aún me queda por delante. Pero para cumplir esa sabia máxima de mi poeta de cabecera –“un orden de vivir es la sabiduría”– tendría que cambiar ya de lugares de residencia, para que el binomio Gibraleón-Madrid, que ha regido mi vida hasta ahora, pase a ser poco más que un recuerdo, como esas otras ciudades que he visitado a lo largo y ancho de mis viajes y antes incluso de abandonarlas del todo, contemplando la tristeza descolorida de sus arrabales, ya tenía asumido que se iban a diluir entre tantos otros recuerdos como un terrón de azúcar en este café recalentado que ya es mi vida.

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