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Una de las glorias de caminar por el campo y el monte, y más si el camino es en ruta y no de ida y vuelta, es ir observando la lenta evolución de los nombres de los lugares, las voces que jalonan e indican tu ruta. Para observar pequeñas cosas como ésta -las grandes, también-es más que conveniente ir solo o en compañía de pocos otros, porque es bien sabido que las pandillas de caminantes no paran de comentarlo todo: "¡Mirad, un moscardón verde!". Los topónimos escritos en las señales de tráfico dan juego al cretinismo patrio, marcado por el localismo contrarioso con "el otro", que es malo, culpable y peor, todo ello por razón de la existencia de la tribu propia; comarca, región, cantón, nación. Hablo del cretino vandalizador de señales, que es un lingüista cutre y un esbirro de lo suyo y los suyos, y tacha letras y las cambia por otras: jotas por equis, o al revés; sufijos en "eira" con la i tachada ostentosamente para españolizar, topónimos galleguizados, castellanizados, en euskera batua. Las posibilidades son múltiples en un país múltiple. Un grafitismo con causa identitaria que recuerda a un activista de una de las muchas facciones judías de La vida de Brian que hace pintadas contra el ocupador en tiempos de Cristo: "Romanus ite domum", go home. La escena, recordarán, es hilarante.
El caminante también ojea la prensa local entre café y orujo, pregunta al camarero por una noticia, y acaba confirmando el identitarismo de moda renovada -los críos, lo que ven-, que tiende tanto a cero como a infinito: los habitantes de la comarca leonesa del Bierzo -en lastimosa protesta por su oscuro futuro rural y demográfico-se dividen entre progallegos, proleoneses, bercianos en modo Astérix y españoles sin más apellidos. Toda un microcosmos representativo de la pandemia tribal, en la que los adalides más avispados y dolientes hacen causa propia -esto es, de su propio potencial de poder político y ganancia- captando dolientes de tropa, que no trincarán nada, salvo sorbos diarios de bilis y un fútil sentimiento de pertenencia, probablemente impostado. Es la leal tropa imprescindible de los nacionalismos y los totalitarismos de derecha e izquierda, gentes -muchos, ay, adoctrinados desde niños en el bien y el mal que predican sus padres putativos de la patria- que prescinden de la conciencia crítica y de la propia identidad personal en beneficio del grupo, el bien superior que todo lo justifica. Caminemos entre señales pintarrajeadas de miembros de su propia grey privada.
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