Los clásicos pasan por ser esos libros que uno sabe de su contenido y existencia pero que no ha leído directamente, y no pasa nada. De hecho, los clásicos infantiles me los leyeron a mí, y yo no recorrí sus letras circulares y enlazadas hasta que me tocó leérselos a mi hija o a mi hijo. Así que, en el fondo, nunca me los he leído, sino que se los he leído. Pero no nos desviemos. Desde hace unos días llevo mascullando el recuerdo de uno de esos títulos, El libro de Buen Amor, que tal vez les suene de su época de estudiantes. Si trazásemos una línea del tiempo tendríamos que desplazarnos hasta el siglo XIV, en la Edad Media, para toparnos con ese Arcipreste de Hita, ese Juan Ruiz, del que en realidad poco o nada se sabe, más allá de que con toda probabilidad fuera un pseudónimo. Pues la época es la que era, y criticar a ciertos estamentos, en especial burlarse del eclesiástico, solía acarrear pena severa. Así que el autor no tuvo otra que ataviarse de monje y contar en verso historietas amorosas y burlescas. Concretamente, a mi mente vinieron aquellos episodios donde se enfrentaban dos personajes metafóricos, una deliciosa alegoría donde tenía lugar una particular disputa entre dos antagonistas: don Carnal y Quaresma. Por un lado, uno con sus fiestas, disfrute, carnes y jamones, por otro lado, ella con su penitencia, devoción y un carro repleto de espinacas, garbanzos y lentejas. Don Carnal, el coitoso, que así se le cita, criticaba el ayuno que proponía la santa Quaresma a lo que ella respondía con un “fustigarás tus carnes con santa disciplina”. Todo por la absolución. No me pidan que tome partido, aunque tengo mis preferencias.

Y pensé en contarle todo esto a mis hijos, pero decidí dejarles esa tortura a sus futuros profesores de secundaria. En lugar de eso, fuimos el sábado al centro, a la Plaza de las Monjas, a que disfrutaran del ambiente carnavalero, de las máscaras y los disfraces. Esos que se emplean para decir sin ser reconocido, ese pseudónimo callejero que propicia la libertad efímera de expresar y criticar. Allí vimos la cabalgata, que comenzó rigurosamente con 50 minutos de retardo, y donde las agrupaciones iban lanzando estrofas, confetis, papelillos y hasta bufandas. Con indisimulado goce. Ya el miércoles recaerá la ceniza, ese recuerdo de polvo, y vendrán los inciensos, los cultos y los dulces de miel. Y por si no se leyeron el libro, en abril regresará don Carnal.

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