Los que nos precedieron

14 de mayo 2025 - 03:05

El Recre lo fundaron los ingleses, pero enseguida nos lo quedamos nosotros. Nos salió natural. Mackay, que se ve que era un tipo que nos apreciaba, quiso desde el principio que este fuera un club en el que jugáramos todos, y lo anduvo propiciando ya desde los primeros partidos en el descampado de la fábrica de gas de Carlos Adam. Allí nos juntamos ricos y pobres, peones y jefes, locales y foráneos, a defender el escudo de un equipo de fútbol que, de tanto entremezclar, al final hicimos un poco de todos. Desde entonces lo vamos manejando como vamos pudiendo. Con nuestras cosas, ya saben ustedes. Como lo hacemos todo: mucho te quiero perrito, pero pan, poquito, ahora sí y ahora no, hoy arriba y mañana abajo, te quiero pero te odio… Supongo que Mackay, como buen médico que era, nos tenía calados y sabía de sobra a quiénes les dejaba el regalito, y aún así, o precisamente por eso, creyó que era lo mejor. Que, por alguna razón que desconozco, nos lo merecíamos. Ese fue su legado, y aunque a veces, últimamente muy a menudo, nos parezca que lo que nos hizo el escocés fue en realidad una putada, yo sigo pensando que es una bendición, una herencia preciosa que un día recibieron nuestros bisabuelos, y, de ellos, nuestros abuelos, que se la entregaron a nuestros padres lo mismo que ellos lo hicieron con nosotros, y es lo que un día (espero que dentro de mucho tiempo) haremos con nuestros hijos. Es verdad que la del Recre no es una herencia al uso. No es una joya ni un reloj de oro ni un chalet en Puntumbría, y a veces parece más una carga que un premio. Este lunes, sin ir más lejos, de cháchara en el kiosko del Lino, una señora mayor, muy simpática, que estaba comprando el periódico (eso la hizo más simpática aún) me soltó la pregunta de marras, ya saben, lo de “y el Recre, fatal, ¿no, hijo?”. Y, claro, le conté que fatal no, que peor, y que probablemente descendamos, otra vez, este fin de semana, y encima en el Colombino delante de todos. Ella torció el gesto y, con una mueca amarga, de tristeza casi infantil, y unos ojos húmedos y brillantes, suspiró, miró hacia arriba y le espetó al cielo: “Ay, papá. Lo siento. Lo siento muchísimo”. Lo dijo como si aquello fuera culpa suya. Como si ella, y no un grupo más o menos grande de jugadores, un par de entrenadores, unos cuantos directivos, los políticos que los pusieron y los abrazafarolas que les rieron las gracias, fuera la verdadera responsable de lo que ha pasado. La cosa es que, en el fondo, todos los recreativistas somos un poco así. Nos sentimos culpables con cada fracaso porque pensamos que defraudamos a quienes nos dejaron este extraño regalo que es ser del Recre, esta herencia que es preciosa, les decía antes, pero que va ligada al encargo ineludible -esto sí que lo es- de protegerlo. Quien no entienda a estas alturas que el Recre está muy por encima del fútbol no sabe dónde se ha metido, y, si lo sabe, ya está tardando en ponerse manos a la obra para arreglar este desaguisado sin engañar más a una afición que lo único que espera ya es que nadie ensucie más la memoria de los que nos precedieron.

stats