Con la literatura está pasando lo mismo que con la política. Se ha perdido el sentido común, el sentido de la responsabilidad y el sentido de la proporción. En resumen, que ha desaparecido la calidad. No es de extrañar que el ciudadano, aunque no lo aparente porque vive inmerso en unas falsas redes sociales donde el postureo es el protagonista, ande desconcertado, solo, inmerso en un vacío real que nosotros mismos nos hemos buscado.

Se defiende aquello que por sí mismo es indefendible, pero como se publicita, se manipula y se machaca, pues abunda la pobreza intelectual y además sin reparos. Hoy día el más pintado escribe, pero lo que escribe no se puede considerar nunca escritura (no menciono para nada la palabra literatura que me causa mucho respeto). Y hoy día, el más pintado también puede ser político.

No nos podemos olvidar de que nuestros políticos no dan un palo al agua. Algunos, los menos, tal vez lo dieron alguna vez en su vida anterior, pero ahora son miembros de absoluto derecho de lo que se denomina clase pasiva: no dan un palo al agua y encima dicen que nos representan.

Hacia el año 487 antes de Cristo, un tal Clístenes en la antigua Grecia, puso en práctica lo que se denominó Ley del Ostracismo. Aquellos que se consideraban sospechosos o peligrosos para la soberanía popular eran desterrados. En concreto, la palabra griega ostrakismós significa "destierro por mal gobierno, desempeño o conducta".

Para aplicar la ley, se reunían entre los meses de enero y febrero de cada año, en la colina donde estaba el Cerámico (barrio de la antigua Atenas), si los ciudadanos deseaban votar lo hacían constar. El condenado debía abandonar la ciudad en un plazo máximo de diez días y permanecer fuera de ella diez años.

No estaría mal que los ciudadanos españoles nos reuniéramos una vez al año, y aplicásemos de nuevo la ley del Ostracismo. Y condenáramos a todos nuestros políticos, a todos, da igual el color o la vertiente. Seguro que esos diez años les servirían para darse cuenta de que al agua hay que darle palos, y que al político lo eligen los ciudadanos para que los representen y velen por sus derechos, nunca para que hagan lo que les viene en gana.

Y de paso, también se podía votar para aplicar la ley del Ostracismo a algunos superventas de libros que lo único que hacen es provocar vacío, enaltecer la basura y confundir. Porque con sentido común, con sentido de la responsabilidad y con sentido de la proporción (¿dónde os habéis metido?) no hay confusión que valga.

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