La Navidad que no grita

26 de diciembre 2025 - 03:04

Todavía resuena en los adoquines del centro ese eco metálico de la fiesta que no sabe cuándo retirarse. Huelva, que es ciudad de luz y de encuentro, se ha convertido también, casi sin darnos cuenta, en una ciudad de decibelios desmedidos. Hemos pasado de la zambomba espontánea en la puerta de un bar a una suerte de competición por ver quién grita más alto, quién tira el petardo más sonoro o quién estira la madrugada hasta que el descanso ajeno se convierte en una utopía.

No se trata de ser el “Grinch” de la Gran Vía, ni de pedir una Navidad de convento de clausura. Se trata de entender que la libertad de celebrar termina justo donde empieza el derecho al silencio del vecino. Este año, el Ayuntamiento ha tenido que poner negro sobre blanco en una ordenanza para la pirotecnia que, en el fondo, es el acta de defunción de nuestra propia capacidad de autorregulación. Que necesitemos un papel que nos diga que no se debe tirar un cohete junto a un hospital o una zona infantil dice más de nuestra falta de empatía que de nuestra pasión por la pólvora.

En esta “Huelva Información” que escribimos cada día, a menudo olvidamos las pequeñas historias que ocurren tras las persianas bajadas. La del niño con TEA para el que un petardo es una explosión física en su sistema nervioso; la del perro que tiembla bajo el sofá; la del trabajador que el día 25 levanta la persiana mientras otros aún no han soltado la copa.

Reivindicar el silencio no es ir contra la tradición. Al contrario, es protegerla. Porque la verdadera zambomba, la de nuestra esencia, era un rito de cercanía, no un bombardeo acústico. Quizás el mejor propósito para lo que queda de fiestas sea ese: aprender que se puede ser feliz sin necesidad de que el estruendo sea el único testigo de nuestra alegría. Que Huelva tiene voz, sí, pero que esa voz suena mucho mejor cuando no necesita gritar para sentirse viva.

El 24, sentada en un bar cubierta de brilli brilli, mi mejor amiga casi se deja la garganta para contarme, como hacemos en nuestra ya típica comida de tarde buena, cómo se sentía en esas fechas porque al lado, un grupo golpeaba, chillaba y se desgañitaba por enseñar a todos lo felices que eran en Navidad.

Quizás el mejor regalo que podamos hacernos estas fiestas sea bajar el volumen y celebrar desde dentro hacia fuera. Devolvernos los unos a los otros el derecho a escucharnos. Que el brillo sea para la ropa y el respeto para el aire que compartimos.

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