Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
Jueves de resaca navideña, jueves soleado de niños en las plazas estrenando juguetes. Ay del que mezcló el vino con la cerveza y el queso con los canapés de sobrasada de la tía que fue a Mallorca con el Imserso. Quizás te tocó la banqueta de la cocina, esa que nadie quiere que le toque, a la que hay que apretar los tornillos de las patas y nadie lo hace. Locura en la cocina, manteles rojos. Los langostinos y el jamón son una bendición y si no hay sillas vacías es porque te tocó la lotería.
Me encanta la Navidad, la odio, no la entiendo, quiero que pase rápido o no quiero que se termine nunca. Los niños y su ilusión, las madres con el corazón en la boca y los padres buscando regalos de última hora. La abuela preguntándose si será ésta su última celebración. Esas fotos compartidas de mesas rebosantes de comida, platos listos para ser devorados. Hambre y sed, familia a la que no veías y tu tío el que siempre habla de más. Menos mal que este año alguien escondió bien la pandereta.
Mesa para dos y también mesa para uno, más a gusto que un arbusto. Este año se van con la suegra, para repartir el trabajo, porque trabajo sí que dan. Hijos lejos, lagrimitas de pollo con salsa de yogur. Llamadas de cortesía, besos a distancia y muchas ganas de volver a casa como en el anuncio de los turrones.
Papá Noel no es de aquí pero se le quiere porque da más tiempo de juego. Como el panetone, que se ha colado en nuestras casas, como si se creyera que puede competir con nuestro bizcocho de toda la vida, el que se hace con dos yogures y después los usas para medir el azúcar y el aceite.
Pies cansados y dolor de cabeza, la barriga del revés y hoy a tirar de táperes. El gintonic de las siete de la tarde te sobró, como también te sobró lo que le dijiste a tu compañero de trabajo cuando te lo encontraste en el bar de la plaza: tienes claro que vas a tener que renunciar a tu puesto y cambiar de ciudad.
Y esa mujer que descubrió que es más fácil encargar la comida que hacerla ella misma, porque su esfuerzo rara vez se paga y pocas veces se agradece. Ella asume la autoría y se recrea en los elogios y encomios de los suyos. Es diosa y reina; pónganle la corona, que se la ha ganado. ¡Qué ricos están los calamares rellenos mamá! Gracias hijo, toda la semana haciendo de comer.
La Navidad es extraña, muda de piel, es diferente cada año. Se repiten los platos, las frases hechas y la sensación de que va cambiando con nosotros. Quizá por eso nos empeñamos en celebrarla: porque, aunque no sea la misma, quiere recordarnos que seguimos aquí, o no. Por las sillas vacías. ¡Feliz Navidad!
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