En este perro mundo

El mundo al revés

Belmonte desoyó los académicos cantos de sirenas y siguió en la brecha con su empeño de crear esos otros mundos que hay en éste La opinión de Pablo Sycet: Todos los fuegos del fuego

La memoria del tiempo, Antonio Belmonte La memoria del tiempo, Antonio Belmonte

La memoria del tiempo, Antonio Belmonte

Medio siglo atrás, cuando el pintor Antonio Belmonte y yo éramos un par de muchachos recién llegados al muy incierto Madrid del inicio de los años 70 desde esta bendita tierra, a fin de cursar estudios de Bellas Artes y Ciencias de la Información respectivamente, nadie hubiese apostado ni un chavo por aquel futuro que hoy es nuestro presente, y a nadie podría reprocharle aquel descreimiento en nuestras posibilidades, porque de Belmonte se podría haber supuesto que, en cuanto se licenciara, dejaría de lado sus pinceles y afanes para dedicarse a dar clases en cualquier academia o instituto, como suele hacer la mayor parte de quienes obtienen el título que los faculta para ello, o para dedicarse a la práctica del arte como una verdadera pasión de vida.

¿Y qué se podía suponer de aquel antiguo muchacho que ni siquiera tenía las ideas tan diáfanas como su amigo Antonio, y ni siquiera tenía claro a qué carta se jugaría su destino? Porque cuando aún estudiaba Periodismo en la Complutense ya tenía decidido que no dedicaría mi tiempo y mis mejores energías a ejercer de plumilla, según el argot del gremio, y ni siquiera tenía claro por entonces si intentaría hacer carrera en cualquiera de mis otras inquietudes, con la pintura como preclara favorita, o tendría que seguir ejercitándose en el lírico menester de espantar todas las bandadas de pájaros oscuros que poblaban mi cabeza de niño de pueblo –de Gibraleón, por más señas– y totalmente desnortado por ser hijo de familia arruinada desde que navegaba en la pubertad.

Pero Belmonte desoyó los académicos cantos de sirenas, siguió en la brecha con su empeño de crear esos otros mundos que están en éste, de la mano de Paul Éluard, y surgen de su fantasía, como nos demuestra La memoria del tiempo, una antología de sus trabajos de los últimos años que deslumbra a propios y extraños en su Huelva natal desde el pasado lunes. Y, por contra, quien firma estos cuatro párrafos sí oyó aquellos cantos de sirena y se dejó cautivar por ellos para, cinco décadas después, seguir luchando gozosamente en todos aquellos frentes que soñó: una exposición ahora en curso en Madrid, Sala de mapas, muchas canciones en los repertorios de Fangoria, Luz Casal, o Avíate!, y estos artículos semanales, así lo acreditan.

Pero, como en los cuentos clásicos, lo mejor de esta historia llega al final: medio siglo atrás, Belmonte era un pintor realista, con obsesión casi fotográfica, pero su pintura de hoy es atmosférica y misteriosa; y hace cinco décadas, yo era un pintor abstracto radical y hoy me autorretrato continuamente con fragmentos de planos de mis ciudades amadas y algunos restos tipográficos que encontré en la calle, abandonados. Razón por la que, en caso de ser un cuento, éste se titularía El mundo al revés.

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