La otra orilla

MARI ÁNGEleS PASTOR

Un mundo amurallado

Como es sabido, una de las decisiones emblemáticas que ha firmado Biden en estos primeros días como presidente, apresurado por desfacer entuertos, ha sido paralizar la construcción del muro con México, esa obra faraónica que las veleidades trumpianas habían convertido en proyecto central de su política migratoria. A pesar de los casi 500 kilómetros ya construidos y de los miles de millones invertidos, Trump no logró apenas frenar la llegada de personas indocumentadas, aunque sí hubo un descenso significativo en las cifras de la inmigración legal. Ese cambio tuvo que ver con una interpretación más retorcida y restrictiva de las leyes migratorias de EEUU, una valla mucho más alta e insalvable que la de la frontera mexicana.

Las dos fórmulas, los muros físicos y los muros invisibles, son mecanismos de autoprotección de todo el Norte desarrollado frente a las aspiraciones de supervivencia de los países empobrecidos. Las ONGs han contabilizado 63 muros a lo largo de fronteras o de territorios ocupados en el mundo. Pero los muros de cemento y púas no son los peores. Cuando alguno de ellos consigue ser franqueado, comienza el implacable ataque desde las almenas de los otros: restricciones migratorias, vergonzosas vulneraciones de derechos como las que se están viviendo desde hace meses en Canarias, y sosteniendo todo ese entramado, la narrativa del miedo en forma de racismo, segregación y desigualdad. Todo ello, sin olvidar las suculentas ganancias de empresas militares y de seguridad, que han convertido este complejo industrial fronterizo en un gran negocio.

En la Edad Media se construían fosos y murallas alrededor de los castillos para defenderse, en una sociedad organizada en torno a la guerra. En nuestro mundo civilizado los muros sirven para que una élite se defienda de la pobreza o para hacer de escudo en territorios plagados de conflictos. Biden estará cargado de buenas intenciones, pero son solo parches en este apartheid global en que se ha convertido la fortaleza terrestre. Solo un cambio en la opinión pública, desde el cuestionamiento ejercido por los movimientos sociales, tiene potencial como para socavar los sistemas de opresión más fuertes. Ni los muros más altos van a disuadir a quienes llegan huyendo de la pobreza o la violencia, y solo quieren vivir con dignidad y justicia. Esos muros que nos dividen parecen permanentes, pero la educación y la acción política pueden derribarlos.

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