Morante: la soleá es como un toro

Crónicas levantiscas

La soleá es como un toro, nunca sabes por dónde te va a salir. Aunque tiene el mismo compás que la bulería, la soleá es un palo más lento y por tanto más complicado, trufado de peligros para el intérprete. Chano Lobato sostenía que el flamenco había ralentizado algunos ritmos que le llegaban de otras culturas musicales y lejos de acelerarlos, como piensan algunos, los cantaores creadores, situados en un nivel superior al de los intérpretes, los habían parado, templado y mandado. Del tango al tiento, por ejemplo.

La sabia anotación de Juan Ramírez Sarabia sirve de ilustración para lo ocurrido con Lírico, el cuarto toro de la tarde de la Beneficencia que ha encumbrado a Morante de la Puebla en Madrid, un astado vilipendiado por los tendidos como un minino que el diestro cigarrero supo reconducir –templar– y guiarlo –mandar– por una exhibición de la historia artística del toreo hasta unos tres últimos naturales lentísimos y sublimes que salvan a la Fiesta para otra generación. Su faena es uno de los cuartetos de cuerda de Shostakóvich, un grana y oro de Mark Rothko, un soneto de Quevedo, una obra corta, lenta y maestra, explicada por sí misma sin necesidad de contexto. Aquí comienza y allí acaba.

José Antonio Morante de la Puebla es el torero que la Fiesta esperaba como un mesías para salvarla del tedio y también de las dudas humanas de unos tiempos que no aceptan el dolor gratuito de los grandes animales, que repudian un arte sangriento que carece de argumentos racionales para su justificación y que sólo encuentran en estos lances sublimes del cigarrero un golpetazo de oxígeno para prolongar su existencia.

Y detrás de Morante, de su histórica tarde, la crónica taurina que se seguirá estudiando como género muchos siglos después de que el toreo haya desaparecido. Con sus registros, sus neologismos, sus metáforas y sus quiebros belmonteños, su ironía y sus golpecitos. Luis Carlos Peris –casi elegíaco el martes pasado–, Álvaro Rodríguez del Moral, Antonio Lorca desde la tribuna que le dejó el gran Joaquín Vidal, Barquerito, Chapu Apaolaza... se pueden leer crónicas taurinas sin que gusten los toros, pero la admiración por las letras te arrastrarán hasta el ruedo. Sin justificación, sin argumentos. Todo el mundo tiene derecho a llevarse unas cuantas contradicciones a la tumba.

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