El diseño del escenario de la España de 2050 no sería mala idea si no fuera porque no se dan las condiciones idóneas para plantear tal reto en el momento presente. La gestión eficiente de país no difiere mucho respecto de la gestión de una empresa, siendo asimilable este planteamiento de la España del futuro a la situación de partida que se debe dar en una empresa familiar para plantear algo tan necesario como un protocolo de empresa que garantice su continuidad. Una norma básica en la preparación de estos protocolos es que, si en el momento de partida ya existen tensiones y discrepancias familiares por el control de la empresa, no se puede plantear el inicio de este proceso, de tal manera que se recomienda primero resolver los conflictos internos para posteriormente comenzar con la propuesta de protocolo a implementar para el futuro. Actualmente en España, los conflictos internos son de tal calibre que incluso el pacto de legislatura está plagado de amenazas de ruptura por todas las partes, incluyendo extorsiones políticas de toda índole para conseguir, al precio que sea, los objetivos exigidos por cada uno de sus socios, especialmente por los que imponen sus aspiraciones separatistas, lo que supone en muchos casos pulsos inaceptables al estado de derecho, incompatibles con la propia continuidad de España, tal y como está concebida en la Constitución del 78. Si a esto le unimos la radicalización ideológica y la intransigencia imperante, tenemos el caldo de cultivo perfecto para que no sea el momento de pensar en 2050. De hecho, el reto del Gobierno es salvar la situación con acuerdos cortoplacistas que no comprometan en exceso a las partes y esperar a que la situación sociopolítica mejore. Pensar un escenario idílico del futuro puede conseguir precipitar que salte de manera prematura todo por los aires, porque en la situación actual, lo que es bueno para España como nación, no es bueno para sus partes ni para el proyecto individual de algunos territorios que componen nuestro tensado país. Con esto lo que se consigue es hacer realidad el dicho popular de entre todos la mataron y ella sola se murió. Lo que es difícil de entender es que algo tan evidente para toda la sociedad no lo haya sido para los asesores que recomiendan al partido de gobierno meterse en semejante berenjenal que, además nadie les ha pedido, salvo si lo que pretendían es simplemente desviar la atención hacia temas menos comprometidos y que se generen ríos de tinta y discusiones tabernarias que entretengan al personal, mirando hacia asuntos menos espinosos como los que lamentablemente nos rodean por los cuatro costados. Independentismos dispuestos a romper con la unidad de España, amenazas migratorias de países con pocos escrúpulos que ponen en riesgo la vida de las personas y el control del terrorismo islámico, crisis económica sistémica, crisis sanitaria como no se ha conocida otra, radicalización de las ideologías de izquierda y derecha, miles de personas en riesgo de pobreza y para terminar promesas de amnistías injustificables. Visto lo visto quizás sea mejor soñar con una España idílica que hoy en día está muy lejos de ser una realidad y a la que es muy posible que no lleguemos juntos.
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