Óscar Lezameta

Hasta luego Maricarmen

Ansia viva

Sueño con el día en el que los mismos idiotas causantes del Brexit, pidan su vuelta a donde nunca debieron salir

03 de febrero 2020 - 01:41

Les conozco de mi juventud. Pasé entre ellos diez inolvidables veranos que me han traído hasta aquí, así que buena parte de lo que soy, se lo debo también. Así, después de lo del miércoles, con una extraña mezcla de rabia e incredulidad por saber cómo una gente a la que admiraba (y todavía lo hago, que tiene su mérito) puede dejarse llevar por una colección de lerdos de tal calibre como Nigel Farage, uno de los mayores engendros que ha parido la política continental que hace buena la frase esa escuchada hace poco que decía: "si los ingleses están en una isla, por algo será". Claro que si uno se detiene a compararse con el panorama patrio, el llanto se convierte en un torrente de lágrimas.

James Rhodes es nuestro hispanista 2.0, heredero de aquellos que vinieron a comienzos de la centuria pasada y que nos recordaron todo lo bueno que tenemos y todas y cada una de nuestras miserias. Con una vida en el Reino Unido del que salió vivo de milagro, en medio de la incomprensión, cuando no el desprecio general, se refugió entre nosotros y descubrió la merienda, los churros, la vecindad, el contacto humano, la M-30 (ahí te pasaste, macho) y ahora (todo el mundo comete errores) el Betis. Entre sones de piano, nos recuerda a tuitazo limpio que no somos tan malos, que tenemos -comida aparte- un buen puñado de virtudes que también nos viene bien que alguien nos recuerde. Recoge el testigo de Robinson, de aquellos ingleses que alucinan ante un plato de sardinas, que jamás se plantean comer una gamba con cuchillo y tenedor y que piensan que una oveja a la menta, es la mejor manera de despreciar un manjar. Son esos ingleses, como Rick Stein, que se emocionan ante un plato de pescado y a la manera que tenemos de tomarnos la vida.

No conozco a ningún paisano, de ningún lugar del mundo, que merezca una lección de humildad más de lo que la merecen ellos. Tengo muchos amigos y recuerdos al otro lado del Canal y me encantaría que la vida les sonriera, pero sueño con el día en que los imbéciles que les llevaron hasta aquí, pidan su regreso a una Europa que, con dificultades, seguirá adelante sin ellos, sencillamente porque queremos hacerlo y somos más. No acaban de entender que la gloria de un Imperio,no volverá nunca, que esos años se fueron para siempre. Afortunadamente. Por cierto, que a algunos más cercanos también les estaría bien aprenderlo.

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