Lluvias

15 de noviembre 2025 - 03:07

Escribo esto empapado después del chaparrón que ha caído hoy sobre la ciudad en la que vivo. Ayer llovió. Mañana lloverá. Pasado también. Eso dicen los pronósticos, y sé que hay mucha gente deprimida porque odia la lluvia y se siente con ganas de invernar en una madriguera cada vez que empieza a llover. Es comprensible. Todo el mundo sabe que los países lluviosos –pregunten en Escocia o en Irlanda– son más propensos a la melancolía y a las historias de fantasmas (por no hablar de la irresistible tentación del alcohol). Bueno, sí, de acuerdo, pero los que vivimos en el sur deberíamos tener una relación más amistosa con la lluvia. No hay imagen más hermosa del Guadalquivir que un puente romano bajo una lluvia apacible de otoño, o envuelto en una espesa neblina norteña. Y cualquiera que se haya paseado por Cádiz o Granada o Córdoba (¡y Sevilla!) en un día de lluvia otoñal, sabrá que la ciudad presenta un perfil desconocido que la hace mucho más atractiva. “Benditos los muertos sobre los que cae la lluvia”, decía un poema de Edward Thomas, que murió durante la Gran Guerra en una trinchera de Flandes y pasó a ser uno de esos muertos olvidados sobre los que caía la lluvia.

Leo que los amantes de la lluvia reciben el feo nombre de “pluviofílicos”, palabreja que nos emparenta –al menos por el sonido– con ciertas perversiones y ciertas parafilias muy dañinas. Ya es mala pata. ¿Por qué no existirá un nombre un poco más digno para el amor a la lluvia? Hay denominaciones bastante corrientes para los amantes de los árboles, las flores, las aves, las mariposas o incluso los reptiles, pero no hay un nombre sencillo que pueda nombrar a los que nos dejamos empapar gustosamente por la lluvia sin quejarnos ni maldecir nuestra suerte. Se ve que amar la lluvia es una emoción que tiene mala fama o que se considera poco recomendable. Qué le vamos a hacer. A algunos de nosotros nos gustan los paraguas y las gabardinas. Y nos seducen esos cielos nubosos de los cuadros de la escuela flamenca.

En fin, está visto que los amantes de la lluvia lo tenemos difícil. Vivimos en un bronco país de chiringuitos –en todos los sentidos de la palabra– donde la gente quiere tumbarse al sol a dejarse derretir la sesera. Y por eso despreciamos la lluvia y su infinita gama de grises. Mal asunto.

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