El gol de Salustiano

Más que anunciar una fiesta popular y religiosa reconocible para todos, estamos ante un anuncio del propio autor

No me digan que no tiene nombre de delantero malo de segunda división. Me refiero, claro, al autor del cartel anunciador de la Semana Santa de Sevilla (es un decir), que menudo gol le ha metido al Consejo de Cofradías. Hasta no hace demasiado, la visión heterodoxa de nuestra fiesta mayor era cosa de progres y culturetas que, aun en las periferias de la ciudad barroca, convivían en perfecta armonía, juntos pero no revueltos, con los guardadores de las esencias. Lo novedoso en este caso es que esta polémica inmersión esteta de lo moderno en las cofradías ha sido promovida por los de dentro. Mala cosa, cuando los ortodoxos juegan a contraculturales.

No es verdad, aunque nos lo vengan repitiendo machaconamente desde ciertos púlpitos laicos, que la Semana Santa no admita otras formas de expresión más allá de las archisabidas costumbristas. Pienso en Manolo Cuervo y su impactante cartel arte pop de la Hiniesta, luego explorado con éxito con imágenes tan icónicas como la Macarena o el Cachorro. Pienso en Carmen Laffón, cuyo realismo impresionista nos dejó para siempre su espléndido frontal del paso de La Candelaria. Ninguno de los dos pertenecía al establishment cofradiero, pero los dos, como otros, aportaron lo mejor de su talento y creatividad para el engrandecimiento de la Fiesta. El de este año, me temo, ha hecho justo lo contrario, introducir los elementos característicos de su obra con el pretexto del encargo, el cual, dicho sea de paso, ha quedado sin cumplir. Más que anunciar una fiesta popular y religiosa reconocible para todos, cofrades o no, estamos ante un anuncio del propio autor aprovechándose de la Semana Santa, que es cosa bien distinta.

Para rematar el cuadro, y perdonen la redundancia fácil, cuentan por ahí que lo que le ha dejado al Consejo es una copia de la obra, pues por el original le dan una fortuna, y va de plató en plató por toda España dándonos lecciones a nosotros, pobres bárbaros indocumentados, sobre lo que podemos o no podemos decir. Para años venideros, sería deseable que los que mandan en las hermandades dejaran al bello Horacio para otras lides menos rebuscadas, y abandonaran esos jardines para los que nunca fueron llamados. Bastantes mamarrachos revolotean por todas partes deseando hurgar en lo más sagrado de nuestras raíces para encima marcarnos los goles en la meta propia. El de Salustiano, desde luego, ha sido por toda la escuadra.

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