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Apesar de la debilidad de su minoría parlamentaria, Pedro Sánchez y la factoría de Moncloa han venido marcando la agenda política de este país desde que en verano de 2023 consiguiesen lo imposible: conjurar una victoria suficiente de Alberto Núñez Feijóo. Llevar la iniciativa desbroza el complicado camino del Gobierno, permite elegir los asuntos que más conviene, dejar a la oposición en evidencia y, en definitiva, enmarcar el diálogo político a propia conveniencia. En esto Pedro Sánchez ha sido un prestidigitador, si de Alberto Núñez Feijóo no conocemos ni una gran propuesta es porque Moncloa ha tenido saturado el espacio informativo.
Pero esto ha cambiado: hace ya más de un mes que el Gobierno y Pedro Sánchez han perdido el control de la agenda del país. El chispazo del gran apagón ha prendido un reguero de casos de corrupción que poco supondrían si cada uno de éstos su hubiera presentado aislado, pero que juntos y administrados uno después de otro están obligando al Gobierno y al PSOE a dedicar a la defensa todo el tiempo que antes aprovechaban para proponer nuevos marcos.
Miguel Ángel Gallardo, el líder de los socialistas extremeños, ha hecho más daño a las expectativas electorales del Gobierno con su aforamiento impúdico que el propio enchufe de David Sánchez, y la fontanera Leire Díez ha dado carta de naturaleza a las posibles implicaciones de Santos Cerdán en las porquerías de José Luis Ábalos y Koldo García.
La legislatura actual se parece mucho a los tramos finales de las presidencias de Felipe González y de Mariano Rajoy, dos presidentes asediados por la corrupción y por una maquinaria de tensión que utilizaba como palanca lo primero para construir un relato creíble donde parecía que el país estaba a punto de sucumbir. Esto ya lo hemos vivido, aunque los casos que afectaron a Felipe González fueron más graves que los que implicaron a Rajoy y éstos más preocupantes que los de Pedro Sánchez.
A Felipe González se le fue Convergencia i Unió y a Rajoy, le traicionó el PNV, que apoyó la moción de censura semanas después de haberle aprobado los Presupuestos. Pedro Sánchez carecía de estos grandes apoyos, su fortaleza residía en que gobernaba y dictaba la agenda aunque no tuviera números para casi nada.
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