La otra orilla

víctor rodríguez

Otro futuro

Asociar los frutos rojos a la explotación de recursos es un coste reputacional que cuesta mucho superar

Vivimos tiempos en los que ya no es tan importante la realidad, como la percepción que hacemos de esa realidad, o que otros hacen por nosotros. De esta forma, por mucho que algunos se empeñen, hay determinadas ideas que son difíciles de cambiar. La relación que Huelva tiene con su medio ambiente es un ejemplo paradigmático. Aquí tenemos los dos extremos: hemos asistido a las mayores barbaridades de daño ecológico, como las balsas de fosfoyesos o el vertido de residuos radiactivos, como las cenizas de Acerinox y, en el otro lado, disponemos de la mayor superficie forestal de Andalucía y gran número de hectáreas catalogadas como paraje, parque natural y luego está Doñana. Doñana resulta tremendamente desconocida a la mayoría de los onubenses, y se suele decir que lo que no se conoce no se valora. Las veces que he realizado la visita al interior del parque he visto menos fauna que por la ventanilla del tren camino de Almonaster. Nos han vendido las experiencias en la Naturaleza de forma tan llamativa, que todo lo que no sea ver a un lince cazando nos parece poca cosa, y nunca vamos a ver a un lince cazando.

El problema de la convivencia entre cuidado natural y economía es un debate del siglo pasado. Hoy, cualquier actividad que no contemple el respeto al medio está condenada al escarnio público, con el problema añadido de que se tenderá a generalizar a todo un sector, lo que puede ser injusto, pero es lo que hay. No he oído a ningún medio nacional esta semana hablar del problema de los regadíos de la Corona Norte, sólo he oído decir que la fresa amenaza a Doñana y que eso está llegando a oídos de los mercados europeos, los mismos que mandan a sus televisiones a realizar reportajes sobre las condiciones de vida de los temporeros.

Asociar los frutos rojos a la explotación, ya sean de recursos humanos o ambientales es un coste reputacional que cuesta mucho superar. Aunque sólo fuera por eso y por mirar al futuro de un sector estratégico para la provincia, bien harían todos sus implicados en escuchar las exigencias del mercado, como se decía antes. No se trata de demonizar a nadie (ya bastante hemos tenido con el asunto de la ganadería), sino de potenciar otra manera de hacer agricultura, sabiendo como sabemos todos, que el agua, la tierra y el aire limpio son bienes cada vez más escasos. Aunque sea por una vez, anticipemos otro futuro, desde dentro, para esta tierra.

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