¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Al parecer, ha llamado mucho la atención y ha merecido comentarios muy críticos el hecho de que el rey Juan Carlos elogie a Franco en el libro que acaba de publicar en Francia. Sorprendente sorpresa. Si alguna evidencia hay en la historia más reciente de España es que Juan Carlos es una criatura que el dictador crea en un intento de que su muerte no supusiera una liquidación violenta de su régimen y también de que las élites creadas por cuarenta años de franquismo se aseguraran un sitio cómodo en la nueva situación que tenía que venir.
Hay algunos hechos básicos que sirven para comprender una de las líneas de actuación básica de la dictadura: cuando apenas tenía 10 años, Juan Carlos es sacado por Franco de la influencia de su padre para ser educado en España dentro de la más estricta ortodoxia franquista, lo que lo lleva, ya adolescente, a las tres academias militares. Las academias de Infantería, Marina y el Aire son en esos años reductos del pensamiento militarista de Franco sin mezcla alguna de los otros componentes ideológico del régimen, falangismo o nacionalcatolicismo.
Franco se encarga, sobre todo a partir de 1969, de que Juan Carlos aparezca junto a él en todos los actos de significación política o militar. El entonces Príncipe de España está junto al anciano y renqueante general en su última comparecencia pública, la manifestación del 1 de octubre de 1975 en la Plaza de Oriente.
Juan Carlos crece y se hace hombre junto a Franco, pero a los 37 años es un hombre de su tiempo y, además, lo suficientemente inteligente para saber que una vez muerto el dictador la permanencia de la Corona depende en exclusiva de que España evolucionara hacia una democracia equiparable con las de Europa occidental. A ellos se puso con un empeño decidido que se vio coronado por el éxito. ¿Sabía Juan Carlos en 1975 hasta dónde iba a llegar esa democracia? Es una pregunta que posiblemente nunca tenga respuesta. Pero sí queda claro en la Historia que Juan Carlos fue siempre consciente de que le debía el trono a Franco y que ese hecho fue el que permitió que el Rey desencadenara el proceso que lo convertiría en el “motor del cambio”, como lo calificó José María de Areilza.
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