
Juan M. Marqués Perales
Sánchez, con razón pero de modo temerario
La esquina
Gracias al estupendo trabajo de Jorge Muñoz en este grupo de comunicación, a menudo molesto para los que mandan, conocemos detalles interesantes de la gestión de un organismo público netamente andaluz.
La Fundación Andaluza Fondo de Formación y Empleo, creada por la Junta de Andalucía, proporcionó durante su etapa más activa formación y facilitó empleo a muchos trabajadores y parados de nuestra comunidad autónoma. También resultó ser una agencia de colocaciones al servicio del PSOE gobernante. De ello se beneficiaron, lógicamente, militantes y simpatizantes, familiares y amigos, gente, en fin, del entorno socialista.
Lo que viene siendo un sistema de distribución de enchufes que desafía los mecanismos de funcionamiento de la Administración Pública y de reclutamiento de su personal. Atenta al principio de igualdad, puesto que primaba el parentesco y la filiación política en detrimento de la cualificación a la hora de contratar a sus empleados, y respondía al dedillo a un hábito ancestral de la picaresca española: quien no tiene padrinos no se bautiza.
De este modo la Faffe ayudó en aquellos años a formar e insertarse en el mercado laboral a miles de andaluces y, a la vez, a colocarse a unas cuantas decenas o centenas de personas que necesitaban un trabajo y eran familiares, parientes o amigos de personas con poder en las distintas provincias andaluzas. Mereciéndolo o no.
El poder es, precisamente, la clave. ¿Por qué el director de la Faffe pagó 32.000 euros de gastos en burdeles con la tarjeta de crédito de la fundación –ya fue condenado en juicio–, contrató irregularmente a un alcalde en retirada para un alto cargo expresamente creado para él, también empleó a su esposa y su cuñado, acogió a familiares de consejeros de la Junta y líderes sindicales de aquí y de allá, puso a un licenciado en Historia del Arte –qué arte– a impartir cursos de Aeronáutica? Básicamente lo hizo porque podía. Porque le dieron el poder para hacerlo.
El poder político, aparte de adictivo, tiene un efecto anestesiante en las personas: es placentero y gratificante y desactiva los resortes morales de quien lo detenta. Mata la modestia y te hace creer diferente a todos, superior. Las mayorías absolutas multiplican los defectos previos. El poder cambia a la gente. Por regla general, para peor.
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