Santiago Padilla Díaz De La Serna

La estrella de Oriente y de Occidente

TODAS las miradas y todas las luces están focalizados en ellos estos días. Han sido recientemente investidos de la autoridad de la ilusión, como dignos representantes de sus Majestades los Reyes en sus pueblos y ciudades. Aparecen revestidos de una notoriedad social relevante; aupados de repente a un estrado desde el que se tiene una perspectiva distinta de las cosas, a medio camino entre un desconcertante poder real y ficticio; arropados por una cohorte de gestos y atenciones inusuales. Medios de comunicación; prensa, radio y televisión han reservado espacios para su imagen, para sus deseos, para sus sensaciones de cada momento, de cada minuto, para sus preparativos, para su inusitada actividad de estos días.

Unos, los menos, lo son a través de sistemas democráticos que coronan su trayectoria vital y su compromiso social en sus comunidades de origen; otros, lo son por mor de su notoriedad social y, a veces, pecuniaria; y otros, en fin, por métodos más o menos ordenados por instituciones, asociaciones o ayuntamientos que organizan una sucesión de nobles deseos y voluntades. Todos quedan marcados e incorporados para siempre a la estirpe de este rancio y esclarecido linaje.

Como lo fue al principio, en el bosquejo que de su naturaleza mítica nos dejaron las Sagradas Escrituras; poder, generosidad, bondad, intuición, fe, son distintivos y valores temporales que adornan la figura de estos Magos de Oriente, y que miméticamente buscamos en sus dignos representantes de hoy. Atributos y distintivos que pueden ser objeto de interpretaciones personalizadas diversas, de usos y exteriorizaciones de contenido muy diferente. A menudo, sin embargo, se impone un único, extendido y reduccionista distintivo-objetivo. Convertir el reinado en ocasión para deslumbrar y rendir la pleitesía de su pueblo o de su ciudad, la tarde del día 05 de enero, a través de un alarde, de un exceso de mercancía, como única preocupación que nos imponen estos tiempos de la abundancia para su efímero reinado. De modo que todo el esfuerzo y toda la imaginación se reduce, habitualmente a eso. Una aspiración comprensible en otros tiempos de privaciones y estrecheces, en los que los caramelos eran un codiciado presente para niños y mayores.

No, no es este, sí me permiten los dignos representantes de sus Majestades los Reyes, el mejor regalo que necesitan los ciudadanos, los niños y niñas de nuestros pueblos y ciudades de hoy, que un año más observan con atención, sus pasos, sus gestos, sus palabras; y aguardan ávidos su anhelada y espectacular llegada, de la tarde de Reyes. No importa lo fugaz de su misión. No puede ser este el motivo, ni la razón, que justifique un bagaje tan pobre, tan involuntaria e interesadamente destructivo, porque es mucho, demasiado, lo que su figura suscita y despierta a su paso en el ánimo de todos, niños y adultos.

No es un tópico. Es una experiencia única que impone carácter y que confiere una responsabilidad que abruma, mirando la cara extasiada de esos seres inocentes, con todo el potencial que comporta su efímero, pero rico ministerio. Un hermoso propósito que los eleva a una atalaya vital circunstancial, única, desde la que merece la pena hacer un mínimo y acelerado ejercicio de autocrítica, reflexión, de imaginación y de acción responsable; desde la que se puede y se debe hacer una gran tarea, revestidos de toda la magia y la ilusión que irradia y despierta la figura mítica de estos ilustres Soberanos; buscando nuevos caminos que nos alumbra hoy la estrella de Oriente y de Occidente.

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