Las elecciones de María

Una semana antes, el patio del cole era una lucha sin cuartel, pero al día siguiente de las elecciones aquello era la 'leche'

A sus siete años, mi hija María tenía muy claro a quién iba a votar en estas elecciones. La había visto en uno de esos carteles que ponen en las farolas (pa que luego digan que no sirven de nada) y la eligió porque se llama Inma y porque es de aquí, porque "pone Andalucía", me explicaba. Al mayor, sin embargo, esta campaña le ha dado exactamente igual. Bueno… en realidad, a los dos les dan igual todas las campañas. Las miran de reojo, como preguntándose a qué viene tanto follón, y luego siguen a lo suyo. Lo de ahora no tiene nada que ver con lo que pasaba en mis tiempos, cuando estábamos estrenando democracia y todos le teníamos más gustillo a esto de lo político. Entonces, mayores y niños éramos del PSOE o de AP (el PP de antes, queridos millennials) como quien era del Madrid o del Barça. Desde una semana antes, el patio del cole era ya una lucha sin cuartel, pero al día siguiente de las elecciones aquello era la leche. Lunes de vacile del ganador o de humillación del perdedor, según lo que tocara. Aunque alternancia, lo que se dice alternancia, había poca porque siempre ganábamos los del PSOE, que además, claro, éramos mayoría y, seguramente por eso, no teníamos ninguna piedad con los de Fraga, que para nosotros eran como los malos de la peli. Con el tiempo la cosa fue cambiando. Puede ser que nos fuéramos haciendo mayores, o que España, en general, se hizo mayor, pero lo cierto es que ya no todos los hijos eran de los partidos de sus padres. Ni siquiera los propios padres eran del suyo de toda la vida. Las hinchadas se fueron desinflando, los niños pudimos votar y empezaron las remontadas. La alternancia. El bipartidismo. Después llegaron las puertas giratorias, los enchufes, los regalos, los cohechos, la corrupción, las mafias, las cloacas y, especialmente, la crisis de 2008, que le dio la vuelta a todo y provocó el nacimiento de un puñado de partidos cuyo objetivo se centró en atraer desencantados. En recoger a los hinchas que, cansados de tanto chorizo y tanto idiota (sobre todo, de tanto idiota), querían dar una lección a su equipo de toda la vida. Pero se nos fue de las manos y, casi sin darnos cuenta, hemos acabado en un ring mucho más despiadado e irracional que el de nuestro cole en los ochenta. Nos han echado a pelear, y aunque hay quien ha entrado al trapo, el resto, la mayoría, nos hemos limitado a mirar, callados, lo que está pasando porque, en el fondo, en esto de la política seguimos siendo como niños y preferimos las cosas sencillas, como cuando estábamos en el cole, o como María, que hubiera votado a Inmaculada Nieto sin dudar porque se llama igual que su madre. O como los millones de andaluces que han votado a Moreno Bonilla, a Juanma, porque les cae bien, porque creen que lo ha hecho bien, porque no suelta tanta bilis ni desparrama tanta mala leche como otros o simplemente porque les ha dado la gana. La democracia es esto, y a veces esa mayoría que solo quiere estar tranquila se mueve. Y vota o no vota, según le dé. El propio Moreno lo sabe, y es consciente, o eso ha dicho, de que será presidente solo porque esa mayoría le ha prestado su voto, que al contrario que lo de Santa Rita, lo mismo se da que se quita.

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