
Brindis al sol
Alberto González Troyano
Profecía novelada
Confabulario
Gracias a la Cumbre de la ONU celebrada en Sevilla hemos descubierto un hecho decepcionante. Uno pensaba que la buena forma física de los agentes de la Policía Nacional se debía al proceso de selección y a las pruebas físicas que debían superar los candidatos para ingresar en el cuerpo y cumplir sus obligaciones en óptima forma. Pero después de lo denunciado por el sindicato JUPOL, hemos podido comprobar, mediante imágenes inequívocas, que los policías se conservan así de estilizados gracias a una estricta dieta de lechuga sin lechuga y tomate con moho, acompañada de unas horas de guardia al agradable sol vereniego. Es decir, que la Policía Nacional luce palmito gracias a los desvelos del ministro Marlaska, que es quien ha dejado de aplicar las cantidades oportunas para el correcto mantenimiento de la fuerza policial que garantiza la seguridad de los visitantes.
Hombre, no digo yo que inviten a la Policía Nacional al bar Dueñas, donde hubieran sido espléndidamente atendidos. Pero sí que mientras nuestros próceres transnacionales cenaban en el palacio cercano –“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura un limonero”– la policía encargada de protegerlos pudiera alimentarse y alojarse con el decoro debido. Las imágenes que ha suministrado el sindicato JUPOL no incitan al desenfreno culinario. Pero sí a una melancólica perplejidad. La Policía Nacional y la Guardia Civil son fuerzas estatales, de probadas eficacia y profesionalidad, que se hallan, no obstante, muy modestamente pagadas. Es vieja ya la disputa y el agravio entre dichos cuerpos estatales y otras policías autonómicas, cuyo peculio es notoriamente más sustancioso. La actualidad política, en todo caso, nos recuerda casi a diario la tenacidad y el escrúpulo con que estos cuerpos estatales cumplen su cometido. Y usualmente con cantidades y recursos exiguos que entorpecen su funcionamiento.
Entre otros muchos considerandos, el nivel civilizatorio de un país se mide por la calidad de sus hospitales, por la asistencia a los desfavorecidos y la proporcionalidad de sus impuestos. También por la puntualidad de sus trenes, la rapidez de su justicia y la diligencia y la calidad de su policía. Sobra decir que en esa calidad, entra también la calidad del alimento que se le procura.
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