¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Cada día es más preocupante la situación de nuestra democracia, el Estado de Derecho y la fidelidad a los principios constitucionales. Las exigencias insolidarias e insaciables, amenazas y chantajes de los nacionalistas y otros grupos inconstitucionales, ponen en grave peligro nuestra ya de por sí endeble estabilidad democrática, merced a un Gobierno dispuesto a ceder a todas esas exigencias que lo invistieron y cuya ambición desmedida es mantenerse en el poder. La imposición, casi autocrática, de unos privilegios fiscales y una singularidad financiera –el “cupo separatista”– para unos ciudadanos en perjuicio de otros, no es una muestra de igualdad democrática. Estos y otros desmanes –la irregularidad de la emigración ilegal, la corrupción, la opacidad informativa, “et alia”– atentan con un régimen absolutamente democrático que es el que rige en nuestro país.
Salvando las distancias, y sin entrar en la posible inconstitucionalidad de la norma, me recuerda la Ley de Defensa de la República ante los riesgos que corría. Los diversos agravios a la política de sectores de gran vitalidad, las ofensivas anarquistas, los lamentables sucesos de Casas Viejas (1933), las conspiraciones, la revolución de 1934, durante el bienio radical-cedista contra el Gobierno legítimo, la permisividad ante cruentos atropellos, el estado de facción de algunas actitudes oficiales, una política sectaria que no consiguió pactar un auténtico proyecto de Estado, dieron al traste con todos los anhelos despertados. A través del tiempo, es justo considerar lamentable su fatal desenlace, cuando por unos y por otros ni siquiera pudo superar su prometedora andadura inicial.
Sobre la II República han escrito muchos. Algunos con una visión más completa y con la entidad de Gerald Brenan, Gabriel Jackson, Hugh Thomas, Paul Preston, Manuel Azaña, Claudio Sánchez Albornoz, Ramón Salas Larrazábal, Joaquín Arrarás; otros con una perspectiva más localizada y concreta, como las muy reveladoras de Stanley Payne, José Simeón Vidarte (El bienio negro) ¡y tantos! que me han sumido en innumerables horas de intensa lectura, cuyos juicios, por encima de las ideologías y los sentimientos apasionados, consideran objetivamente el noble ejercicio del historiador.
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