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Que levante la mano quien no haya bajado la basura un día fuera de hora, dejado la bolsa en el contenedor mirando de reojo por si nos observan o ahorrado los 25 metros que nos separan del depósito de plásticos para echarlo en la de basura genérica. Todos lo hemos hecho alguna vez. Seamos honestos. Decía hace unas semanas Carlos Navarro Antolín en estas mismas páginas que quien ensuciaba una ciudad no era el alcalde de turno, sino los vecinos. Aplíquese a cualquier localidad. Nadie se libra. Fue Gabriel Cruz quien reconoció igualmente en una entrevista reciente que la capital onubense tiene un problema de limpieza relacionado con un servicio insuficiente, pero que no puede ser excusa para reconocer que los onubenses tienen en su mano hacerlo mejor. La situación es equiparable a cualquier otro ámbito como la sanidad, cualquier oficina pública o la visita quincenal al estadio (que si lo dejamos hecho un vertedero no será culpa del árbitro).
Como ciudadanos tenemos nuestros derechos y exigimos que nos ofrezcan los mejores servicios posibles que para eso pagamos nuestros impuestos, o deberíamos hacerlo conscientes del valor que tienen. Pero se nos olvida muchas veces que como miembros de un colectivo debemos sumar nuestra parte en el uso y conservación de unos bienes comunes que no son ni gratis ni baratos, otro tema del que nos olvidamos. Aquello del dinero público no es de nadie está demasiado interiorizado.
Tuve la mala suerte de pasar la tarde/noche del sábado en urgencias por una inoportuna otitis infantil. Mientras aguardaba en la zona de espera exterior del hospital me dio por comprobar cuánta responsabilidad tenemos los usuarios en el buen uso de los servicios públicos en algo tan necesario y castigado como la sanidad en estos tiempos. Nadie va a un hospital por capricho, no es un sitio agradable y casi siempre es causa de pesar. Entre familiares resignados, muchos móviles en la mano y la mayor parte de la gente respetando las medidas de seguridad también verdaderos objetos de estudio. Había en los aparcamientos corrillos a los que faltaba añadir el botellón, un coche con música que al parecer es muy apropiado allí, otro que llegó con afán de demostrar que su vehículo es el más grande y ruidoso a este lado del Odiel y maleducados que exigen un plus de paciencia a los profesionales que en el día a día les machaca el ánimo. Luego están los que llegan con el triaje hecho desde casa y asumen que su esguince es el más grave entre los casos presentes. Y todo en un acumulado de 365 días debe ser insufrible para aquellos en cuyas manos dejamos nuestra salud.
Nuestra parte del sistema es de responsabilidad individual. Todos tenemos la culpa que nos corresponde en cómo usamos los servicios públicos. Podemos hacerlo mejor.
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