Rondaba la treintena de años cuando alguien me habló de un nuevo acontecer en la vida eclesial. Su metodología se apartaba del hasta entonces temor de Dios e incidía fundamentalmente en su entrega al género humano, su amor y su perdón.

Uno que provenía de una formación ignaciana un tanto rígida e inmerso en los Ejercicios Espirituales no acababa de entrever el novedoso movimiento apostólico, pero lo cierto fue que acabé siendo uno de los miles de cursillistas que pasaron por la Casa Diocesana de Espiritualidad junto a la Ermita de La Cinta.

Allí coincidí con Manolo Ceballos, ciego de los que ven con el alma y cuya humanidad superaba cualquier obstáculo. Nada era insalvable para él que además contagiaba su alegría, irradiando una fuerza especial ante la indiferencia o el rechazo de aquellos que pasaban de las "cosas de curas".

También tuve ocasión de encontrar a un grupo de profesores dirigidos por el inolvidable don Francisco Girón, cuyos rollos en vez de charlas, impactaban de tal manera que era imposible abstraerse de ellas. Rodeado de un gran equipo de hombres y mujeres, se abría una ventana de aire fresco, de renovación. Testigos de la época, Luis Brioso, Juan Bonares, los tres Diegos, Manolo Díaz, Rafael Nardif, Manolo Martín de Vargas, Vicente Morales, Pedro Macías…

Desde el día que conocí a Manolo supe que me encontraba con un ser excepcional, abierto a toda causa justa y fruto de una profunda espiritualidad que transformaba en lucha permanente y auténtico testimonio cristiano.

Puso un kiosco cercano al Museo y lo bautizó con el apelativo de un cántico propio de cuanto representaba ésta nueva misión: De colores.

A veces intentaba engañarlo disfrazando mi voz, tarea imposible. "Eres Toni -decía-, por mucho que intentes engañarme". Por encima de diferencias ideológicas nos unía algo muy superior, la tarea de extender la evangelización hacia todos los ámbitos: políticos, asociativos, vecinales, culturales, empresariales y especialmente, comprometerse con los más pobres, desamparados y excluidos, entregándose a ellos sin preguntar su credo, filiación o identidad.

Durante años mantuvimos una amistad que traspasaba los límites de la lógica mundana compartiendo vivencias y proyectos bajo una misma fe.

Hoy ya estarás con Él y estoy seguro que un coro de ángeles habrá salido a recibirte entonando: "De colores se visten los campos en la primavera". Un abrazo.

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