Los clásicos

En las novelas de Stanislaw Lem, los robots ven con desagrado a los humanos, porque somos blanditos y medio líquidos

Alguien en X preguntó el otro día a su audiencia a qué venía tanto ruido y entusiasmo por El apartamento.¿Por qué es tan buena?, se preguntaba. Mejor dicho: ¿por qué la gente dice que es tan buena? El apartamento o El padrino son al cine clásico lo que Tarantino al cine. Si alguien dice de ellas que son sus películas favoritas, o de él que es su cineasta favorito, uno tiende a sospechar que la persona que lo dice no ha visto el suficiente cine. No es que aquellos sean malos filmes o que este sea un mal director. Más bien se entiende que hay muchísimo que les queda por ver, que han empezado por donde todos empiezan, y que confundidos por los primeros destellos de una luz distinta, no sospechan que detrás de ella hay deslumbramientos mucho más profundos y duraderos.

¿Por qué El apartamento tiene tanto predicamento? Tal vez lo que alimenta el debate no es su calidad, que es indudable, sino su carencia absoluta de espectáculo. No quiero decir que sea una historia lenta, contemplativa, aburrida, ni tampoco original. Es una historia típica, decorada por ciertos enredos que distinguen ligeramente su sencilla trama de otras tantas historias de amor y desamor, de soledad y esperanza, de poder, de ambición, de derrota. ¿Pero es cierto que todas las historias sencillas tratan tantos temas como esta? ¿No es verdad que El apartamento no parece decir nada nuevo precisamente porque en ella cabe cualquier cosa? ¿No es eso lo que hace clásico a un clásico: su poder de contener nuestra verdad? ¿No es cierto que Faulkner leía El Quijote cada tres o cuatro años para ver cómo había cambiado él mismo?

Siempre parecemos olvidar que todo cambia, hasta lo que no lo hace. En Guerra y paz, Tolstoi escribe que la expresión “nuestros tiempos” es propia de “las personas de pocos alcances, que creen conocer a fondo las características de una época y que suponen que las personas cambian con los años”. Y es así. Yo mismo trato de escribirles en estas columnas de cosas que nunca dejan de ser lo que son. Huyo de la actualidad y la velocidad. Prefiero hablar de las nubes que vemos vagar por el cielo y no de las líneas pintadas en el asfalto. Es hasta aburrido pensar que, hagamos lo que hagamos, una buena parte de lo que hacemos y pensamos y sentimos ya la hizo y pensó y sintió otra persona. A ojos de una piedra, no somos nada. Una pompa envuelta en piel. Replicaciones de un algoritmo simplón. En las novelas de Stanislaw Lem, los robots ven con desagrado a los humanos, porque somos blanditos y medio líquidos. Y tal vez porque nos seguimos maravillando de lo obvio. A ellos no les gustaría El apartamento. No lo entenderían.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios