¿Qué clase política queremos?

Un político no solo es un gestor útil de su tiempo o la parte escogida de un grupo social, debe ser portador de intereses globales

Quién queremos que asuma nuestra representación política? Personas buenas o malas; guapas o feas; listas o torpes; ricas o pobres; prudentes u osadas; autoritarias o transigentes; corruptas u honestas… Fíjense en que no hablo de ideologías. Las respuestas a estas dicotomías parecen evidentes a primera vista, pero, sin embargo, nos tienen sumergidos en un debate sin fin desde que los gobiernos absolutistas fueron sustituidos por gobiernos liberales y hubo que votar. La discusión sobre quién nos debe representar y gobernar abrió en canal el pensamiento político durante el siglo XIX, se prolongó a lo largo del XX y ha invadido todo lo que llevamos del XXI, pero no ha sido aún capaz de alcanzar una conclusión realista que convenza a todos.

En los momentos fundacionales del gobierno representativo, ni Donoso Cortés, ni Pacheco, ni Alcalá Galiano fueron capaces de coincidir en si la representación política debía ser asumida por los más inteligentes, los más buenos o los de mejor voluntad. Ya entonces el modelo ideal de "político" (en el ochocientos, la masculinidad de la política no estaba en cuestión) debía sumar todas estas cualidades, pero la realidad demostraba tozuda que difícilmente todas coincidían en la misma persona y hubo que inventarse una especie de "legitimidad natural" que terminó asociada a la preeminencia y el dinero. ¿A quién elegir, pues? Ni la tecnocracia, ni el utilitarismo, ni el corporativismo convencieron tampoco en cada una de sus experiencias prácticas: un político no solo es un gestor útil de su tiempo o la parte escogida de un grupo social, sino que debe ser portavoz de intereses globales y también definir un horizonte de futuro al que tender. Es decir, debe pensar, diseñar y construir un modelo de sociedad: no solo gestionar el que existe. Este es uno de los grandes problemas de la representación, pero no el único.

¿Queremos una clase política que sea como los ciudadanos que representa, esa "representación descriptiva" de la que infructuosamente habló John Adams? ¿O queremos una clase política excepcional, una elite mejor dotada que la ciudadanía de la que emana? Añado otras preguntas: ¿Puede una sociedad proporcionar políticos con cualidades mejores que las que mayoritariamente adornan a sus ciudadanos? Y, realmente, ¿sirve para algo? Contemplo atónita cómo en el mundo actual se vota a los corruptos, se critican ferozmente incluso los mejores currículums y se pisotean las mejores intenciones. Y, por un instante, pienso que importan poco las cualidades personales y, al final, solo se busca en el hombre o la mujer política la complacencia cómoda de oír el mismo mensaje, la misma idea, la misma visión del mundo que ya nos ronda en la cabeza.

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