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Enhebrando
Un tabú ensordecedor. Calla. Tsss. No se habla de eso. El mal fario de convocar su nombre como si de Voldemort se tratara. La muerte. El concepto mismo, el del eterno silencio y el eterno descanso. Nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte: aglutinamos innumerables eufemismos y circunloquios para nombrarla de soslayo, los datos que sean números fríos, los cementerios y tanatorios que estén lo más alejado posible. Apartada, que no se vea, que no esté presente. Pero en este 1 de noviembre y sus días circundantes, por la misma condición que nos espanta de ella, se entreabre una escotilla, una puerta o un ventanuco, para enlazar sin prejuicios el mundo de los vivos y el de los muertos. La celebración del camposanto, del encalado, la limpieza, la reunión familiar alrededor de una lápida de mármol y el ornamento floral. El día de Todos los Santos, Tosantos, supone una tregua en ese distanciamiento. Abrazamos lo que somos por lo que seremos, rendimos tributo a los que nos acompañaron por lo que son y lo que fueron.
Confieso que en mis adentros está más arraigada esta tradición que la de telarañas y calabazas ahuecadas. Más del Tenorio que de Chucky. ¡Vivan los huesos de santo! Por eso se me vienen versos de aquí y de allá: “A quien quise provoqué,/ con quien quiso me batí,/ y nunca consideré/ que pudo matarme a mí/ aquel a quien yo maté”, así de chulamente se definía don Juan Tenorio frente a don Luis Mejía, cuando ambos se disponían a ver quién ganaba en su apuesta pendenciera de mujeres y duelos a espada. En ese momento de la obra el protagonista de Zorrilla se burlaba de la muerte, la ley severa que definió Quevedo. Pero en el desenlace aparecen los espíritus, las ánimas del otro lado de las tumbas, y todo cambia. Un 1 de noviembre.
Y a todo esto, ayer en la A49 (no se equivoque, esto no es lo que se ha tatuado Juanma Moreno) me adelantó un asesino en serie con máscara de hockey y de copiloto llevaba a una muñeca diabólica con largas trenzas pelirrojas. Me cuesta entender que en este juego de ida y vuelta de tradiciones hayamos optado por Halloween en lugar del Altar de Muertos. Pero me he prometido no enervarme, aceptarlo con deportividad, al tiempo que extrañeza, aunque yo siga en las mías. Así que anoche, a quien tocó a mi puerta al grito de truco o trato, yo le respondí con un puñado de citratos negros y caramelos de piñones al tiempo que citaba: “No es verdad ángel de amor…”.
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