¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
Desde hace muchos años, cuando paso por la esquina de Antillano Campos con San Jorge, miro de pasada un azulejo que dice: “Oficio noble y bizarro / de entre todos el primero / porque en la industria del barro / Dios fue el primer alfarero / y el hombre el primer cacharro”. Lo que más me gusta de estos versos es la palabra con que el poeta nos designa a nosotros, creación final de la divinidad.
No somos una joya ni un tesoro, sino un cacharro de barro, de arcilla, de tierra húmeda y endurecida que al romperse volverá a integrarse con la tierra de la que jamás sus pies se separaron.
A mí la palabra cacharro me lleva a la cocina de mi abuela en el Tardón, con sus fuegos antiguos, sus platos de duralex con el borde avolantado y un cazo de latón abollado e inestable con el que hasta hace no mucho le seguía calentando mi tía la leche para el desayuno. Cacharro suena a fregadero, a grifo abierto, a manos rojas y a vapor de agua, a búsqueda ruidosa entre baldas mientras Salomón Hachuel saca su voz de la radio.
La casa de mis padres tiene, al fondo del patio, un trastero largo y estrecho lleno de cacharros, que son como las babas que deja un caracol, como la espuma de la resaca. Son los restos de la vida. Siento al entrar lo mismo que Mastroianni al final de Ocho y medio. Todos los objetos que nos han visto crecer duermen en sus blancos estantes de metal: la esterilla de gimnasia, un caballete, una lata de membrillo, cajas de plástico llenas de folios, de bolígrafos, de cuadernos. Las pinzas de la ropa, los cordeles de plástico transparente, que antes fueron verdes. Los taladros, las cajas de herramientas, zapateros que no guardan zapatos. Guardarlos es esperar.
El otro día mi madre estuvo vaciándolo. Me la imagino sentada, tomando en sus manos un objeto y mirándolo un instante, decidiendo si se queda o se va, y ese objeto es ella, en cierto modo es ella, se mira a sí misma entre sus manos calladas. Mira y piensa si renuncia a ser lo que quiso ser o si aún es posible. Son sus cuadros por pintar, sus ropas por bordar, sus sueños, sus planes, sus distracciones. Y es como si entrara en sí misma, un cuerpo lleno de años y de recuerdos, de objetos que guardan sus secretos y sus tristezas, que siempre parecen vibrar de algún modo en sus silencios. Tenía razón el poeta: somos cacharros.
También te puede interesar
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
El mundo de ayer
Rafael Castaño
El grano
Voces nuevas
María Fernández
Andalucía en la voz
Quizás
Mikel Lejarza
23:59:59