Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El bajonazo

Como sucede con el 'post coitum', la euforia del Mundial da paso a su disforia u horror al vacío

El proverbio latino dio lustre al concepto: Post coitum omne animal triste est, y desde Aristóteles a Freud, la filosofía y la psiquiatría indagaron y abundaron en la idea de que todo animal entristece después de practicar el sexo. Lo sentimos y nos lo explican con mayor o menor dosis de lirismo, de transacción psíquica y sentimientos de culpa o miedo al abandono, o ya descarnadamente atribuidos -va a ser eso- a un bajonazo de hormonas, de oxitocinas y endorfinas. Parece que la disforia poscoital, que así se llama el cuadro sintomático, afecta a muchas personas, para lo cual, obvio es, hay que ponerse en tal brete, o sea, practicar la cosa: quienes con menor frecuencia puntúan, y si no han alcanzado aún la paz del arriconamiento del sexo a dúo, se dirán: "Dame a mí disforia, compadre, que ya se me pasará la pena". He bicheado, y parece que los hombres tenemos mayor propensión a tal bajonazo. Es un cuadro clínico que se parece una barbaridad a la que más de uno hemos sentido al terminar el Mundial 2018 de fútbol. (¿Se lo temían, verdad?)

Otros, irredentos e irredentas antifutboleros, están de enhorabuena, sienten desde el domingo una euforia que compensa la disforia pos Rusia 2018 de otros. Un terapeuta podría diagnosticar, por ejemplo, que su hartazgo proviene de una frustración porque no llegaron a jugar al fútbol en la infancia o porque están hasta el moño de un marido fatiga que se sabe hasta qué fichajes pretende el Sporting de Villaconejos en el mercado de verano. Los eufóricos tras la victoria final de Francia hacen causa -tan cansina como la omnipresencia del fútbol, o más- del despotrique contra el deporte rey, entonan aleluyas, se sienten liberados de la pelota furuncular: como si con un clic de mando a distancia no pudiera dedicarse a cosas mucho más nobles que -tiremos de manido tópico- ver a veintidós tíos en calzoncillos detrás de un balón: una novela gótica de 680 páginas que zamparse en la playa, un buen Camino de Santiago estival en caravana de peregrinos, una contemplación de puesta de sol -también en masa- en Formentera o Zahara de los Atunes, con aplausos entre el ocaso y el gin tónic. Todas estas alternativas y otras muchas más serán euforias de unos u otros, y llevan dentro su disforia. Cuando las vacaciones acaben, que todo se andará. Y volveremos a escribir y leer el imprescindible artículo sobre la depresión posvacacional. Otra disforia universal. Disfrutemos mientras podamos. Ya lidiaremos con el bajonazo. Que si no es poscoital, pues tampoco pasa nada. Hay otros.

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