
Juan M. Marqués Perales
Sánchez, con razón pero de modo temerario
La tribuna
LEE uno la prensa, oye los informativos, ve los telediarios y no sale de su asombro. No sabe uno si se ha equivocado de época o lo que oye y lee es una mezcla de El Caso y el legendario Dígame o una versión actualizada de Matilde, Perico y Periquín. Si algo lo saca a uno de dudas es la ausencia de gracia y la gran dosis de mala uva. Porque algunas cosas son graciosas, pero otras no tienen gracia ninguna. Se dice que más vale caer en gracia que ser gracioso y, en los tiempos que corren, como decimos en Andalucía, abundan los malajes.
Tantos maestros de la pintura a lo largo de los siglos, tanta mística del siglo de oro, tanta generación del 98, del 27 y no sé cuantas más, tanta Escuela Libre de Enseñanza con Giner de los Ríos a la cabeza, tanta exaltación de la denominada transición de la dictadura a la democracia, para llegar a esto. Basta mirar alrededor para caer en la cuenta de que tras las ideas liberales decimonónicas, las guerras del pasado siglo y la incorporación a la comunidad europea, nuestro país permanece estancado en ese género nacional que es la picaresca y sigue dando la imagen de la que en su día fue denominada España negra.
Casi un siglo después de que Ortega publicara su obra España invertebrada, nuestro país sigue enfermo de columna. Las vértebras están, qué otro remedio cabe, pero sueltas, amontonadas. Da la impresión de que los responsables de engarzar la columna apenas saben distinguir una vértebra cervical de una lumbar o el sacro del coxis. Y así nos va, claro. El montaje no funciona. Cuando no se trata de espondilitis se descompensa una escoliosis, y si no se fractura una vértebra se padece de pinzamiento. Trasládese esta metáfora al plano social y se verá fácilmente que nuestro país, no solamente sigue invertebrado, si es que alguna vez lo estuvo, sino que está afectado de un alto porcentaje de minusvalía y, lo que es peor, resiste sin capacidad de movimiento.
Asiste uno atónito al show de Cataluña con la mirada expectante de otras comunidades que esperan como buitres a que les llegue su turno, al desorden provocado por los casos de Ébola, a la incapacidad demostrada por más de uno de los encargados de controlar la situación y de transmitir tranquilidad a la población, al circo montado por unos y otros alrededor de unos protocolos que pocos han tenido la oportunidad de conocer y de un inocente perro al que unos defienden sin tener la más mínima información sobre el tema y otros sacrifican sin piedad, basándose en idéntico desconocimiento.
Un país en el que de todo se hace un espectáculo, donde la audiencia se decide por los programas televisivos más detestables y en el que las televisiones públicas -con el presupuesto de todos- compiten con las privadas en zafiedad, mal gusto y ñoñería. ¿Qué se puede esperar de él? Los bajos índices de lectura, aún más bajos si se pide una mínima cota de calidad, el alto porcentaje de fracaso escolar, el paupérrimo resultado obtenido por los escolares españoles en las evaluaciones realizadas en el contexto europeo, el bajo nivel de idiomas y de formación musical… Nada de eso parece importar a mandarines y mandados.
Mientras estos problemas siguen sin resolverse, con lo cual crecen y crecen cada vez más, los encargados de reconducir el barco a puerto seguro antes de que se vaya a pique miran para otro lado. Y no solamente hacen esto los capitanes del barco y sus colaboradores más allegados, sino la marinería, la tropa. Mientras el país se debate en su ser o no ser, los índices de audiencia nos informan de que los temas más demandados por la población son aquellos que afectan a las cuestiones más primarias y catetas: el tipo de peinado que lucirá la pareja de un determinado futbolista en su fiesta de cumpleaños, el menú que se servirá tras la boda de un aristócrata, la posible presencia en una discoteca de moda del hijo de una famosa que no se sabe ni que ha hecho en su vida ni que méritos le asisten para salir diariamente en los medios de comunicación.
Triste país este en el que los juzgados están colapsados por los casos en los que están implicados familiares regios, políticos, banqueros, futbolistas, toreros, presidentes de clubes de fútbol, ex alcaldes, tonadilleras, empresarios, ex ministros, ex consejeros, sindicalistas… Me viene a la cabeza la frase que se pone en boca de Romanones cuando fue presentado para ocupar un sillón en la Real Academia Española. Tras recibir abrazos, felicitaciones, muestras de afecto y apoyo incondicional, a la hora de la verdad, solamente obtuvo un ridículo número de votos. No se lo ocurrió decir más que dos palabras que quedarían para la historia: ¡Vaya tropa!
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