No den por hecho el acuerdo de Gobierno con ERC para investir a Pedro Sánchez. Miren hacia Israel, donde tripiten las elecciones generales a principios de marzo. En la Kneset hay 28 formaciones y algunas son coaliciones de partidos, hay más figurantes que en un portal de Belén. El pacto de Sánchez con ERC podría naufragar antes de montar la mesita bilateral donde se sentarán el Gobierno español y el proto-Estado catalán. Los barones socialistas están muy inquietos, algunos creen que Pedro Sánchez lleva al PSOE a un sacrificio inútil que sólo aplaude Iceta. Muy preocupados, aunque no todos lo expresen de un modo tan burdo como Emiliano García Page. Junqueras dobla el órdago, no quiere otro pacto del Majestic, aquella concesión que el valiente Aznar hizo a Pujol en 1996, cuando fulminó a los gobernadores civiles, los puertos del Estado y la cabeza de Alejo Vidal-Quadras. Necesitan doblarle las rodillas al Estado para que Puigdemont no los acuse de traidores. Quim Torra, tan imprevisible como las vías de escape de sus flatos, se resiste a cogerle el teléfono a Sánchez; Puigdemont puede ser declarado inmune esta semana y regresar a España, pero libre, y Tsunami quiere armar el belén en el Camp Nou. El delirio independentista es un componente de esta ecuación, esa locura no se ha extinguido, cabales no hay ni uno.

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