Tomadura de pelo

El rasgo que con descaro ha ido aumentando en la clase política gubernamental es el de la opacidad

Hay expresiones que se ponen de moda pero lo mismo que se convierten en foco de atracción llega un momento en el que su uso desciende, incluso a niveles que pueden ser más bajos que antes del ascenso, quizás debido a cansancio o saciedad. Durante el franquismo, por ejemplo, eso del libertinaje nos lo repetían para que no lo confundiéramos con libertad. Con ello, el régimen pretendía justificar la prohibición de todo aquello que no casara con la dictadura. Colocaba a lo que fuera esa etiqueta de desviación perniciosa de la libertad. Hoy en día, es muy raro su empleo, aunque su entrada persista en los diccionarios. El término que sí se acrecentó en el lenguaje, a partir del 15M, fue el de transparencia. En esa fecha, no había conversación política ni discurso de quienes se sintieron indignados en el que, en cuanto se pudiera, no se hiciera referencia a él. No obstante, ese alusión a la nitidez en lo que se realizaba o manifestaba también caló en las nuevas generaciones de los partidos clásicos. Al final y simplificando un poco, los acontecimientos han hecho que ambas corrientes se instalaran en el poder con un gobierno de coalición de PSOE y UP, personificado en Sánchez e Iglesias. ¿Y en qué ha quedado lo que reclamaban? Pues en no cumplir con lo que antes exigían. El rasgo que con descaro ha ido aumentando en la clase política gubernamental es el de la opacidad, ejecutada básicamente de dos formas: con silencios o respondiendo a preguntas directas sobre un tema con peroratas cansinas que no tienen que ver con lo que se solicita. Algo así, como si se pregunta la hora que es y contestan durante veinte minutos sobre la maquinaria y modelos de los relojes, pero te quedas sin saber sin son las dos, las tres o las que sean. Esta táctica la hemos visto repetidamente en las comparecencias de Sánchez durante el estado de alarma ante lo que le pedían los periodistas, una falta de respeto no solo para estos profesionales sino para todos los españoles. Una tomadura de pelo. Y quienes tampoco se quedan cortos con esta práctica desvergonzada son Iglesias y su escudero Echenique, al preguntarles sobre la tarjeta del móvil de Dina Bousselham, o se callan, como el primero, o se recurre a nombrar al comisario Villarejo, el segundo. Por cierto, el caso Dina es digno de llevarse a una novela; tiene de todo, hasta su dosis morbosilla; trasvaginal [sic], en expresión de Marta Flor, la abogada de Podemos. En definitiva, como dice el refrán: una cosa es predicar, y otra dar trigo.

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