Después de perder estrepitosamente las primarias de su partido y de darse un par de semanas para digerir lo ocurrido, Susana Díaz parece decidida a resucitar para la política desde sus cuarteles de invierno andaluces. Decir que la presidenta de la Junta atraviesa un mal momento, incluso pésimo, es un obviedad y no hubo más que verla en el debate de política general del miércoles para darse cuenta de que tiene los biorritmos por los suelos. No fue la líder socialista la mujer rápida y certera de otras ocasiones y, aunque tampoco es que tenga una reunión de castelares en frente, dio claras muestras de agotamiento en la sesión parlamentaria.

Como está claro que la trianera no se ve fuera de la política por mucho que los militantes de su partido discrepen, Susana ha optado por dar el paso en busca de retomar las constantes vitales que tan perdidas tenía. El cambio de gobierno del jueves tiene un algo de revolucionario y otro tanto de inacabado. Revolucionario es que la presidenta se haga una moción de censura en las tres patas del Estado de Bienestar y cese a los consejeros de Empleo, Educación y Sanidad. Ninguno de los tres ha estado a la altura, si bien es cierto que Sánchez Maldonado bastante ha tenido con intentar recomponer un área de Empleo arrasado por la sombra de la corrupción. El mayor calado del cambio es en la enseñanza y la salud, dos áreas en llamas por años de recortes y por sendos sistemas de organización caducos, viciados y víctimas de la influencia del partido. A Sonia Gaya y Marina Álvarez les quedan por delante momentos muy complicados, reestructuraciones aún más difíciles y colectivos con los colmillos ampliamente retorcidos. Si logran salir vivas del envite le habrán dado la reelección a la presidenta en 2019.

Hasta aquí la revolución; ahora viene la decepción. En un Gobierno que durante dos años ha carecido de pulso político, en gran medida por culpa de las aspiraciones de la propia presidenta, la remodelación no es que venga acompañada de nombres ni currículos despampanantes (salvemos a Marina Álvarez). Díaz mantiene a su núcleo duro con Montero y Jiménez Barrios, consolida a Ramírez de Arellano y a Fiscal por los servicios prestados, cambia de cartera -otra vez, sí otra vez- a la camaleónica Rosa Aguilar, hace consejero a su pretoriano Miguel Ángel Vázquez y busca un perfil amable en la portavocía con el cualificado Juan Carlos Blanco. Mucho ruido y pocas nueces en un Ejecutivo necesitado de resucitar tanto o más que quien lo dirige. La falta de pulso político estos dos años ha sido evidente y de entrada tampoco es que el refuerzo ofrezca a primera vista ese perfil tan necesario.

Le queda a Susana emprender ahora el cambio en los segundos niveles, claves para gobernar con solvencia, y, sobre todo, acometer la tan necesaria mutación propia. Para recuperar lo perdido, la presidenta debe reinventarse, limpiar una imagen que ha quedado muy afectada y recuperar el pulso de la calle. La moqueta madrileña ha alejado a Díaz de Andalucía demasiado tiempo y ha de ser ella misma quien se dé cuenta. Necesita tiempo, distancia y humildad para analizar los motivos de su crisis. Y para que su propio rescate le salga como ha pensado.

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