Creer en las supersticiones no es malo. En absoluto. Hay algunas muy originales y a veces hasta disparatadas. ¿Conocen la del afilador? Cuando suena la música de un afilador por las calles de un municipio se cree que la muerte acecha. Incluso algunos habitantes al oírla se ponen un pañuelo sobre la cabeza. La superstición como presagio, la superstición como creencia extraña.

Ya me dijo una persona hace muchos meses que fuéramos ahorrando, que la crisis que se nos venía encima iba a ser peor que la pasada, aún de proporciones más grandes. Y no es de extrañar si atendemos a los últimos datos que nos muestra nuestra economía: aumenta el paro en agosto como no lo había hecho en muchos años, y además baja el número de turistas a cifras de la crisis. El primer argumento que ponen algunos expertos (si es que se pueden considerar expertos) de la bajada del turismo es la ola de calor. Y me río. Olas hay muchas en el mar, y olas de calor hemos tenido siempre, lo que ocurre es que ahora nos hemos vuelvo más sibaritas y menos capaces de soportar los magníficos 40 grados.

Me llamarán supersticioso pero el camino que llevamos tan solo podrá conducirnos al desastre. Llega un momento en que no sabes en quién creer, ni a quién hacer caso, y desde luego en quién confiar. Supersticioso o desconfiado, pero hago caso a los habitantes de muchos municipios y me pongo el pañuelo no en la cabeza, sino que me cubra el cuerpo entero a ver si me salvo de la quema. Pero o cuidamos nuestra democracia o se nos va al traste. Esto debe hacernos reflexionar.

Ha tenido que venir Pablo Iglesias y señora para que valoremos la sanidad pública española. Y si sus hijos van a un colegio público, seguro que valorarán, igualmente, la educación de nuestro país. Y los burros siguen aplaudiendo sus gracias y sus chistes, como supersticiosos de la buena voluntad. He dejado de creer en la política, nuestros políticos no me representan. Valoro la sanidad y la educación públicas gracias al trabajo diario de profesionales que se parten el alma, no porque lo diga un político, sino por su trabajo en sí. El populismo no es un mesianismo porque el populismo no es democracia, es más bien dictadura, no lo olviden. Cúbranse la cabeza cuando escuchen a un político decir aquello de "prometo que voy a hacer". No se corten, cúbransela. A fin de cuentas, todos tenemos derechos y obligaciones, algo que el populismo ni entiende ni entenderá.

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