El lanzador de cuchillos

Sexo, celos y sangre (azul)

No era ese el trato: su amante debía acostarse con ella en su presencia, no robarle el corazón

Verano de 1970. El del Mundial de México y la eclosión de Pelé. El marqués de Casati Stampa, de cuarenta y tres años, regresa cariacontecido al superático romano que comparte con su segunda esposa, Anna Fallarino, dos años menor que él. Insta al servicio a retirarse a sus habitaciones. Saca un fusil Browning del calibre 12 y entra en el lujoso salón, donde está ella con Massimo Minorenti, un joven estudiante de Ciencias Políticas, habitual de los night clubs y coleccionista de maduras aburridas, a quien el propio marqués paga desde hace meses para que se acueste con su mujer. Sexo conyugal por persona interpuesta.

Ya en el viaje de novios, Camillino –como era conocido por sus allegados– había pedido a un sorprendido camarero de hotel que se desnudara y entrase en la ducha donde Anna se relajaba. El aristócrata elegía gente corriente para las sesiones de sexo con desconocidos de su mujer. Fueron centenares en una década de relación. Pero con Minorenti había sucedido algo imprevisto: la dama y su toy boy se habían enamorado. Por eso, el marqués aquella mañana de agosto estaba fuera de sí. Había telefoneado a su casa desde la hacienda donde estaba cazando con unos amigos, y quien respondió al teléfono fue el amante de su esposa. No era ese el trato: debía acostarse con ella en su presencia, no robarle el corazón. Así que Camillo abandonó súbitamente la finca y regresó a Roma con una idea fija en la cabeza. Fueron seis disparos. Tres contra Anna, a quien la policía encontró sentada en una butaca con las manos sobre el vientre y un agujero en el pecho. Dos contra el joven Massimo, que trató inútilmente de esconderse detrás de una mesa baja. Y uno contra sí mismo, de letal eficacia suicida.

La prensa de la época dio un espectáculo grotesco. Salieron a la luz 1.500 fotos hot de la Fallarino y un diario en el que el aristócrata anotaba con lujo de detalles las relaciones carnales de su esposa. Los titulares de aquellos días se extrajeron directamente de ese diario: “Hoy Anna ha estado maravillosa. Ha hecho el amor con un soldadito de manera espléndida. Me ha costado 30.000 liras, pero ha merecido la pena”. La Italia reprimida y voyeur de los recién estrenados años 60 enloqueció con las gestas sexuales de los marqueses de Casati Stampa. Y este escribidor, que tampoco está libre de pecado, se ha recorrido medio barrio de Parioli hasta dar por fin con la ventana de ese duplex con vistas a Villa Borghese.

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