Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Resistencia pasiva

AMINATU Haidar ha puesto de moda una fórmula de protesta que es antigua y noble: la resistencia pasiva. Frente a quienes utilizan la violencia o la coacción para protestar por sus problemas y exigir soluciones, he aquí una práctica pacífica y eficaz: Marruecos ha perdido por completo la batalla de la imagen en este caso. Sobre todo en España, la antigua potencia colonial, en donde el Sahara levanta simpatías en todas las clases sociales e ideologías. El rey Mohamed VI ya puede ir despidiendo al asesor a quien se le ocurriera la brillante idea de quitarle el pasaporte a Haidar y deportarla a España. Se ha pasado de listo. Esta causa es dramática, porque se juega la vida de una persona y la soberanía de su pueblo.

Hay dramas laborales, más domésticos pero igualmente trascendentes, para los que sería bueno cambiar de estilo de protesta. Por ejemplo, que cuando haya un conflicto laboral de importancia en Cádiz, no lo paguen los ciudadanos que cruzan el Puente Carranza. Pero no. No hay protesta que se precie, de Delphi, Astilleros o lo que se tercie, que prescinda de perjudicar a los ciudadanos que utilizan el puente para entrar o salir de Cádiz hacia la Bahía. En Sevilla hace justo una semana el gremio del taxi hizo una protesta sencillita: bloquearon durante toda la mañana el tráfico en el centro de la ciudad. En Granada, los trabajadores del Metal llevan un año de manifestaciones por la Gran Vía, convertida en la carrera oficial de cualquier conflicto, un protestódromo que consigue fácilmente provocar un caos de circulación en toda la capital. El secuestro de ciudadanos indefensos es el método más cómodo y fácil, pero no el más barato, ni en términos económicos, ni de imagen para sus autores.

Hay otros asuntos menos dramáticos, pero de honda repercusión social, en los que se intenta encontrar un protocolo de actuación ingenioso y no violento. Una mayoría de béticos, enfrentados al propietario de la mayoría de las acciones del club, no sabe cómo hacerle ver a Lopera que se vaya. Porque, además, al afectado no hay quien lo eche; se agarra a sus acciones como el tío Gilito a sus dineros. Muchos béticos han decidido no ir al Estadio Villamarín a ver a los partidos. Y hace dos semanas, unos miles de seguidores tardaron veinte minutos en entrar al campo. Sobre ambas medidas hay división de opiniones. Pero tengo un amigo bético que afirma tener la solución. Sostiene que hay que ir al campo, siempre. Y que hay que animar al equipo. Pero no se olvida del enemigo público número uno de la hinchada: "No habría que entrar en estadio hasta el pitido inicial. O sea, que cuando empiece el partido no haya en el campo ni un alma; la grada vacía. Y no esperar veinte minutos, ni uno siquiera, para entrar; así Lopera sabrá que está solo, pero el equipo muy acompañado". Ya ven que hay resistencias pasivas imaginativas.

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